Este Búho nunca olvidará el día que compró, en el aeropuerto de Bogotá, la biografía autorizada del genial escritor Truman Capote (Nueva Orleans 1924-Los Ángeles 1984), de Gerald Clarke, publicada en 1989, cinco años después de su muerte. Esa monumental biografía, de una de las personalidades de la cultura de masas norteamericana más geniales y estrambóticas del siglo veinte, comenzaba con una declaración de principios del escritor: ‘Nunca hubo nadie como yo y no habrá alguien como yo cuando yo me vaya’. Así de ‘yoista’ era el autor de ‘A sangre fría’.

Él, que nunca imaginó, sobre todo cuando soltó esa frase, siendo el engreído del Jet Set internacional y apapachado por millonarios que lo invitaban a sus yates y residencias, que moriría solo, triste y abandonado, en la casa de la exesposa de Johnny Carson, Joanna, una aeromoza que soportó estoicamente su alcoholismo, sus ataques de depresión y dependencia de la cocaína, y de los barbitúricos, con los que sucumbió definitivamente en agosto de 1984 a los 59 años. Los ricos y famosos lo expectoraron en masa, porque publicó terribles infidencias de sus amigos millonarios en la incompleta novela ‘Plegarias atendidas’. Capote trató de minimizar el efecto de su exilio decretado por el Jet Set, pero la verdad es que nunca calculó el efecto de sus escritos y la brutal venganza de los poderosos que lo sepultaron socialmente. Terminó refugiado en Los Ángeles, en la casa de Joanna Carson.

Según el libro de Clarke, titulado ‘Truman Capote. Una biografía’, después del Año Nuevo de 1983, que recibió solitariamente con la Carson, el escritor ingresó en su severo cuadro de depresión y viajó con su protectora en un periplo siniestro y escalofriante por varios hospitales del mundo: el de Southampton a otro hospital de Nueva York, de allí a una clínica en Suiza y luego al Larkin Hospital General de Miami. No obtuvo ningún resultado. El doctor Bertram Newman, quien fue su médico en la clínica Mount Sinaí, lo emplazó: ‘si se endereza tiene muchos años por delante, pero de seguir por el mismo camino es mejor que se meta un tiro en la boca’.

Al final no sucedió ninguna de las dos alternativas. Truman siguió en su lento y autodestructivo ritual por más de un año alimentándose con un coctail letal de alcohol, cocaína, Valium, codeína, Dilantin y Tylenol. Tomó esa combinación mortal durante toda la madrugada del 24 de agosto de 1984, solo durmió un par de horas en que su amiga Carson lo despertó sin saber que había amanecido drogándose y tomando. El escritor le habló como un loro, sin parar, durante tres o cuatro horas. Luego se durmió para siempre. Murió igual que la mujer que le hizo tanto bien y tanto mal desde que nació, su madre Lillie Mae Faulk. Y también falleció de sobredosis como una de las pocas mujeres que lo quisieron sin interés: Marilyn Monroe. En el libro de Clarke, se sostiene que el gran problema emocional de Capote fue la imagen y el recuerdo de su madre, según su hijo, el prototipo de bellísima mujer sureña, pero adicta al alcohol y al sexo. Truman decía que su gran pecado no era, por ejemplo, el dejar a su esposo y padre del futuro escritor, Arch, en la primera fila del cine, mientras en la última ella, en la oscuridad, hacía el amor con su amante de turno. Lo peor era que, ya separada, dejaba a Truman encerrado en el armario y se iba a ‘trampear’ a los bulliciosos bares del puerto. Truman le confesó a Clarke que eso lo destruyó mentalmente y lo hizo un niño miedoso y ávido de protección. Pero no se crea que su padre Arch era víctima de una esposa ninfómana. El novelista le cuenta a su biógrafo que una vez, mientras en familia viajaban de Nueva Orleans a Saint Louis en tren, su madre había desaparecido. El niño lloraba asustado, pero su padre lo consolaba porque sabía dónde estaba ella: en el vagón privado, haciendo el amor al campeón mundial de boxeo Jack Dempsey. Arch, más que sufrir por los cuernos, se frotaba las manos porque pretendía hacer una exhibición de boxeo en Misisipi con el campeón y partidor como su socio, cosa que efectivamente se cumplió. Según los testimonios del libro, Clarke llega a la conclusión de que el escritor sufrió lo que él mismo describió como ‘antigüedad prenatal’.

En sus momentos de gloria sentenciaba: ‘vive rápido, muere joven y harás un bonito cadáver’. De ese Truman han corrido ríos de tinta. Gerald Clarke nos muestra el lado más oscuro y casi desconocido del genial autor de ‘A sangre fría’, ‘Música para camaleones’, ‘Otras voces y otros ámbitos’ y otras joyitas literarias. Un genio atormentado desde el vientre materno.

Apago el televisor.

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