El poeta del pueblo
El poeta del pueblo

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Este Búho enciende su carrito y maneja hasta los extramuros de Lima. Una llamada del poeta Leoncio Bueno me alerta: “Búho, visítame en mi casa de Tablada de Lurín, en Villa María del Triunfo. Nos conocemos hace muchas décadas y antes de que la memoria se me nuble, quisiera dejarles un mensaje a los jóvenes”. Leoncio Bueno, quizá sea el poeta más viejo del mundo. A sus 101 años -cumple 102 en febrero próximo- sigue en actividad creativa. Ya no con las mismas fuerzas, pero sí con el ímpetu, convicción y lucidez que siempre le conocí.

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Un solcito tímido calienta el día. Una palmera de cinco metros custodia el portón de su casa. Esa casa a la que le escribió: ‘Mi techo es pequeño /rico de polvo y paja /construido de esteras y otros desechos inflamables. /Deja pasar los bichos y la lluvia, /deja que se cuele la luz, /el aire, las chirimachas /y los orines de los gatos. /Soy el dueño de un techo excitante: /puede caerme encima/sin hacerme daño’. Me recibe con una sonrisa de niño travieso. Sus ojos gastados por el tiempo me reconocen de inmediato. Mientras avanzamos hacia su porche, señala el terreno con su bastón: “Aquí trabajo la tierra, con mi pico y mi lampa”. Tiene las uñas sucias.

Las manos cuarteadas. El lomo duro. Los surcos del tiempo cruzan su rostro quemado. Su voz se impone al bullicio de un aserradero colindante. Leoncio Bueno es uno de los poetas vivos más relevantes de nuestra literatura. Aunque su fama no sea proporcional a su talento, ha escrito los versos más intensos, comprometidos y achorados de las últimas décadas. Lo ha forjado su niñez en la hacienda Facalá, en donde fue peón, casi esclavo, y trabajaba seis días a la semana para llevar un poco de frejoles a casa. Lo han forjado sus ideologías anarcosindicalista, comunista, aprista, trotskista, marxista, a las que ha renunciado para hoy ser solo ‘un viejo enamorado’. Se ha hecho gracias a esas luchas para reivindicar los derechos de los obreros.

Ha luchado a sangre y fuego, sin miedo a la muerte. Por eso estuvo preso en El Frontón, en donde pasó seis años de su vida. Era un sindicalista, pero de esa raza sindicalista que debatía y tenía ideas y propuestas, y soluciones, y buscaba el bienestar común. “Los sindicalistas de antes éramos autodidactas, leíamos mucho porque si teníamos que debatir con alguien debíamos tener fundamentos, base teórica, ideas”, explica.

Fue uno de los primeros invasores de los arenales de Comas. Fue mecánico. Y fue periodista. Y también actor de cine, bajo la dirección del mítico Werner Herzog. Durante esa vida agitada entre la lucha y el campo, Leoncio Bueno escribía poesía. ‘Un día me arranqué las vestiduras, /la persona postiza /que calcé, /mi dentadura postiza, /mis poemas postizos. /Quedé tal como vine al mundo. /Bailando al son de mis costillas’. “¿Cuál ha sido el momento más feliz de mi vida? Ahora que lo pienso, creo que todos los días de mi vida. ¿Sabes por qué? Porque a pesar de esa vida que llevaba, siempre me sobreponía. He sido un luchador. Yo daba agua a las bestias, cegaba el pasto, tenía que llevar leña a la casa. Trabajaba desde los 9 años. Ganaba 50 centavos al día. Y si trabajaba toda la semana completa sin faltar, me daban 60 centavos y media ración, que era carne, frejoles, arroz y algo más”. Aun escribe el poeta.

Tiene una pesada máquina de escribir Remington. Me la muestra. Conserva el talento de armarla y desarmarla con la rapidez que sus manos le permiten. “Escribo en papeles reciclados. Es la única manera de hacerlo, porque no tengo los medios para comprar hojas limpias”, me dice. Es cierto. Leoncio Bueno nunca ha tenido riquezas materiales. “Mi fortuna son estos libros, estos poemas y estos recortes de chicas en bikini, mis musas”. Ha publicado ‘La guerra de los runas’, ‘Rebuzno propio’, ‘Invasión poderosa’, ‘Pastor de trueno’ y ‘Al pie del yunque’. Y espera ‘parir’ en los siguientes meses ‘Canto al dulce ahí’, una celebración a la mujer, al sexo, al erotismo. Esa vasta producción le valió el Premio Nacional de Poesía José Santos Chocano, Casa de Las Américas y Casa de la Literatura. “Lo único que no sé es cómo me van a enterrar, porque no tengo plata. ¿Por qué la política no voltea a ver a la cultura? Porque solo piensan en la plata y el poder.

El poder corrompe y cuando es un poder absoluto, corrompe absolutamente”. Leoncio Bueno acabó el colegio con suerte. Fue autodidacta. Sabe del poder del conocimiento. Por eso, quiere dejar un consejo a los jóvenes: “Que lean mucho, que aprendan mucho. Hay que conocer la vida”. Es cercano a los jóvenes, a quienes hasta antes de la pandemia recibía por grupos. A pesar de que en su mismo barrio no tengan conocimiento del ilustre vecino con que cuentan, el vate no se siente menospreciado: ‘¿Mi patria? /Estoy bien con mi patria. /Mi patria es morena y hermosa /como la cintura de mi muchacha, /es risueña y cruel como una hembra en celo. /Todo me lo ha dado mi patria: /garrotes, trabajos, prisiones, no me quejo. /Ella ahora duerme en el lecho de los generales, /pero nosotros los poetas /le haremos el muchacho’. Solo muerto, dice Leoncio Bueno, solo muerto deja de joder el poeta. Apago el televisor

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