Este Búho, desde adolescente, se considera admirador de la obra de . Desde antes de que fuera un consagrado narrador, cuando era un poeta en la línea de los vates con compromiso social, pero en el fondo era un romántico decadente, con libros inolvidables como ‘Las imprecaciones’ (1951) o ‘Los adioses’ (1955). Definitivamente, me impresionó cuando, ya maduro, conmocionó a la crítica presentando sus novelas sobre el ciclo de ‘la lucha de los campesinos de Cerro de Pasco contra la gran empresa minera extranjera y sus tentáculos nacionales, sus aliados gamonales, jueces, policías y alcaldes’. A esa lucha desigual de los indígenas quechuahablantes a fines de los 50 la denominó ‘La guerra silenciosa’, porque nadie en Lima, ni en el país, se enteraba de las masacres y las injusticias contra los comuneros. Esta ‘guerra’ constó de varias novelas. La extraordinaria ‘Redoble por Rancas’ (1970), ‘Historia de Garabombo, el invisible’ (1972), ‘El jinete insomne’ (1977), ‘Cantar de Agapito Robles’ (1977) y ‘La tumba del relámpago’ (1979). Pero vayamos por partes. Decía que me deslumbró el joven Scorza como poeta y doy un ejemplo: ‘Íbamos a vivir toda la vida juntos/Íbamos a morir toda la muerte juntos/Adiós/No sé si sabes lo que quiere decir adiós/Adiós quiere decir ya no mirarse nunca,/vivir entre otras gentes,/reírse de otras cosas,/morirse de otras penas/Adiós es separarse ¿entiendes?, separarse,/ olvidando, como traje inútil, la juventud’.

Pero no sería hasta ‘Redoble por Rancas’ que su obra fue traducida a decenas de lenguas en el mundo, aunque tuvo mala suerte. Un año antes, había escrito su monumental ‘Conversación en la catedral’ y el concepto de novela total encarnada dentro de las entrañas del Estado, parecía indicar el derrotero de la novela peruana, dejando descolocada a la gesta campesina, la extraordinaria historia del pueblo de Yanahuanca y la comunidad de Rancas, contra el temible juez Francisco Montenegro y su implacable esposa, doña Pepita. No era una simple denuncia, era una novela que resumía poesía, una técnica literaria depurada, parodia, humor, magia, pero no del tono caribeño del ‘realismo mágico’, garciamarquiano, sino desde el punto de vista de los mitos andinos.

El inicio es alucinante. El todopoderoso juez Montenegro, durante sus paseos al atardecer, pierde, en un descuido, una brillante moneda de un sol. Con ella se puede comprar una bolsa de melocotones. Se va distraído, pero nadie en el pueblo osa tocar aquella moneda por miedo a sus despiadados castigos. Solo la pluma de Scorza puede definir esa escena. ‘El alcalde de Yahanuara, los comerciantes y la chiquillada se aproximaron… La moneda ardía. El alcalde oscurecido por una severidad, que no pertenecía al anochecer, clavó los ojos en la moneda y levantó el índice, que nadie la toque. (…) al día siguiente, temprano, los comerciantes de la plaza la desgastaron con temerosas miradas’. ‘Es el sol del doctor’, se conmovían. Gravemente instruidos por el director de la escuela no vaya a ser que una imprudencia conduzca a vuestros padres a la cárcel (…) hacia las cuatro, un rapaz de ocho años se atrevió a arañarla con un palito, en esa frontera se detuvo el coraje de la provincia. Nadie volvió a tocarla los doce meses siguientes. Solo al cabo de un año, el mismísimo juez recorrió sus pasos y vio la moneda en el suelo y se maravilló de su buena suerte’.

El ‘Nictálope’ (Héctor Chacón) era el héroe de aquella lucha épica, pero defender los derechos de su comunidad solo sirvió para que el juez lo depositara de por vida en la colonia penal ‘El Sepa’. Y se hubiera podrido con sus huesos en ese tenebroso penal sino fuera porque al salir la novela, editada por la editorial Planeta en todo el mundo, el mismísimo presidente decretó una amnistía para el ‘Nictálope’. Y el mismo Scorza viajó al ‘El Sepa’ a sacar de la cárcel a su héroe y este reencuentro fue noticia mundial.

Pero la novela de Scorza y sus personajes no dejaron de ser noticia ni con la trágica muerte del escritor en un vuelo de la línea aérea Avianca, en 1983. La esposa del juez Montenegro, la cruel doña Pepita, vivía en su inmenso fundo en Cerro de Pasco. A mediados de 1985 una columna de terroristas de Sendero Luminoso fue a buscarla a ella y su marido. El juez estaba muerto, pero a ella le hicieron un ‘juicio popular’ y la asesinaron.

Pocos meses antes de morir, Scorza escribió una excelente novela: ‘La danza inmóvil’. Es una historia de amor de dos amigos: uno ama a una mujer y por ella renuncia a la revolución, otro renuncia al amor para irse a morir a las selvas de un país sudamericano. Un Scorza distinto, que nos pasea por el París bohemio, por el boom de la gastronomía francesa, porque dicen, era un gran sibarita y un excelente catador de vinos. Mis respetos a un escritor que marcó mi juventud y remeció las conciencias de quienes tuvimos la suerte de leer su inolvidable ‘Guerra silenciosa’. Apago el televisor.

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