Este Búho asiste al cumpleaños número ochenta de nuestro Premio Nobel, , con la expectativa de ver cómo llegó a las ocho décadas enamorado como un adolescente de la filipina Isabel Preysler. ‘Si salir en las revistas es el precio que tengo que pagar para estar con la mujer que amo, lo pago’. El año pasado, ni bien había ‘celebrado’ sus ‘bodas de oro’ matrimoniales con su esposa Patricia Llosa, la revista ‘Hola’ publicó una foto en la que aparecía de la mano con la socialité. La bomba estaba lanzada: ¡¡Isabel y Vargas Llosa tienen un romance!! De nada valió que Patricia y sus hijos, Gonzalo y Morgana, hicieran todo lo posible por desmentir la información, llegando incluso a publicar una fotografía de la celebración del aniversario matrimonial, en estricto privado familiar en el departamento de la pareja en Nueva York.

Pero lo alucinante de la imagen era que Mario Vargas Llosa tenía una cara que parecía estar en un velorio y no en una fecha trascendental para un matrimonio, rodeado de hijos y nietos. Su mente estaba en España, adonde partió ni bien terminó la ceremonia, para encontrarse con la Preysler. Allí, en Madrid, fortalecido o presionado por la filipina, reveló a todo el mundo que estaba separado de Patricia e iniciaba los trámites del divorcio, lo que motivó la apresurada desmentida de su esposa. Pero ‘la prima de naricita respingada’, la que le decía ‘tú solo sirves para escribir’, como con lágrimas en los ojos durante la ceremonia de entrega del Nobel, seguramente ingresó al túnel del tiempo para transportarse a los lejanos inicios de la década de los sesenta.

, la famosa protagonista de ‘La tía Julia y el escribidor’ era la esposa de Mario Vargas Llosa. La boliviana le llevaba diez años cuando se casaron en un matrimonio accidentado en el pueblito de Grocio Prado, en Chincha. El padre de Mario llegó incluso a amenazar de muerte a su hijo y la novia. Pasada la crisis, la familia aceptó a Julia, que tenía 29 años, era divorciada y se había casado con un menor de 19 (la mayoría de edad era a los 21). Se establecieron en Miraflores y luego viajaron a París, donde él intentaba abrirse paso en el mundo de la literatura.

Ella trabajaba y además mecanografiaba sus manuscritos. ‘Yo lo hice a él. El talento es de Mario Vargas Llosa, pero el sacrificio fue mío’, sostuvo. Eso lo contó en su libro ‘Lo que Varguitas no dijo’. ‘Mario es escritor por mí, sin mi ayuda no lo hubiera logrado’. La vida en París se desarrollaba entre terribles acusaciones por celos, rupturas, reconciliaciones y hasta intentos de suicido de parte de Julia. Pero Mario no dio por terminado el matrimonio hasta que llegaron a vivir a su casa las hijas del tío ‘Lucho’ y la tía Olga: Wanda y Patricia, quienes iban a estudiar en La Sorbona. Julia asegura que las recibió con todo cariño, y que Wanda quien moriría poco después en un accidente de aviación, era cariñosa, pero Patricia paraba demasiado con su esposo. ‘Se sentaba junto a él en el auto, se iban al cine, cuchicheaban y cuando llegaba yo, callaban. Para la boliviana, Patricia fue ‘la manzana de la discordia en su matrimonio’. Son solo dos historias sobre los que festejó ayer, por todo lo alto, su onomástico.

Una celebración a la que asistieron varios expresidentes, y la crema y nata de la sociedad literaria europea. Estoy releyendo su primer libro de cuentos, ‘Los Jefes’, seis relatos de los cuales destaca ‘Día domingo’, un cuento entrañable ambientado en Miraflores. Son los maravillosos años cincuenta y los muchachos comienzan a frecuentar los bares vecinos al cine ‘Montecarlo’, escuchando música de Pérez Prado en la ‘rocola’. Allí lagartean ‘Los pajarracos’, mancha precedente a ‘Los inconquistables’ de Piura de ‘La casa verde’: Miguel, Tobías, el escolar, Rubén, y todos hablan de la bella Flora. Miguel está perdidamente enamorado de ella, Rubén también ‘le quiere caer’. En el bar, Miguel sabe que esa noche Rubén irá a ver a Flora, le han arreglado una cita. Él ya se le declaró y ella le ha dicho que lo va a pensar.

Desesperado, en medio de los tragos, lanza un desafió a Rubén, para emborracharlo y así falte a la cita. Quien resista una caja de cerveza y un plato de bisté a la chorrillana, gana. Empatan. Rubén se quiere ir y Miguel le lanza otro desafío. Quien llegue primero al reventón del mar, lanzándose desde el espigón. Es un reto suicida. Leí ese cuento de adolescente y no me canso de releerlo. Vargas Llosa siempre fue un romántico, se siente en la piel de Miguel, el protagonista. No les digo el final. Según Mario Vargas Llosa, los cuentos de ‘Los Jefes’, los escribió en el momento en que decidió ser escritor, a los dieciocho años. Otros son posteriores, pero siempre relatan experiencias juveniles, de retos o rebeliones escolares. Espero que los jóvenes los lean de un tirón. Apago el televisor.

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