Este Búho escribe esta columna indignado. Veo las imágenes por televisión del ‘carnaval’ que realizaron los , disfrazados de ‘Asociación de familiares de los caídos en las cárceles’, , donde increíblemente construyeron un mausoleo para los terroristas que murieron en los motines de los penales ‘El Frontón’ y ‘Lurigancho’. La democracia tiene que defenderse. Nadie conmemora ni rinde homenaje a los valientes policías que murieron defendiendo al Perú y eran asesinados a balazos por la espalda. Pero los que desataron un baño de sangre en el país, con atentados con coches bomba como el de Tarata (Miraflores), sí celebran. Con sus masacres de lesa humanidad contra comunidades campesinas indefensas.

De Ripley. Pienso que Sendero Luminoso no ha muerto. Se aprovecha que la democracia entró en un estado de pérdida de memoria colectiva. Los jóvenes de hoy no saben ni quién es el sanguinario Abimael Guzmán, ni lo que significó Sendero Luminoso. Por esta razón, se dan en lujo de realizar esos ‘homenajes’ a subversivos que estaban dedicados a sembrar el terror, el caos y regaron el Perú de sangre, miedo y liquidaron nuestra economía. Es inconcebible que la Fiscalía le mande un oficio al alcalde de Comas para que, por razones ‘humanitarias’, se le exonere del pago del nicho y otros cobros municipales a los ataúdes de los senderistas que iban a ser trasladados a ese cementerio.

¿Ustedes creen que Abimael Guzmán, Elena Iparraguirre y otros miembros de la cúpula senderista han pagado un sol de reparación civil no solo al Estado, sino a las víctimas de su demencial asonada subversiva? Entonces, ¿por qué el Estado peruano y sus instituciones tienen que ser ‘humanitarios’ con miembros de un ejército de genocidas como lo fue el grupo Sendero Luminoso ? Este Búho sabe lo que habla. Lo viví en carne propia, primero en la Universidad San Marcos, donde fui testigo presencial del anuncio de la lucha armada en 1980. En ese tiempo menospreciaban el trabajo universitario y mandaron a sus ‘cuadros’ al campo para desde allí, con el tiempo, ‘cercar a las ciudades’, al mejor estilo maoísta.

Años después, he visto, en mi trabajo como periodista, huir a una columna subversiva al caer la tarde en la ciudad de Palpa, Ica, la que habían tomado horas antes desatando el terror. Una llamada que interceptamos de los policías del puestito del pueblo, antes que huyeran para salvar sus vidas, nos hizo llegar cuando los ‘cumpas’ se retiraban en camiones. Vimos los cuerpos del alcalde y el teniente gobernador, todavía vivos, con la sangre saliéndoles por la cabeza, a los minutos dejaron de existir ante nuestros ojos. El municipio y comisaría dinamitados. Lo peor es que el aterrorizado dueño de la tienda bazar más surtida del pueblo, nos dijo: ‘Llegaron y lo primero que cargaron al camión fueron las cajas de cerveza, comestibles, las mujeres de Sendero Luminoso vestidos, calzones, medias de nylon, cosméticos y los jovencitos y niños chocolates y caramelos”.

Esos pequeños eran el fruto de sus secuestros cuando incursionaban en las comunidades altas de Ayacucho. Pero no todos los niños tuvieron la suerte de salvar el pellejo ante una incursión de Sendero Luminoso. En Lucanamarca, en 1983, Sendero Luminoso ejecutó una terrible venganza. La comunidad había acordado no seguir aceptando los robos de ganado y granos de las columnas terroristas que transitaban por la zona. Una tarde llegaron los subversivos provistos de hachas, machetes y picos. Reunieron a la comunidad y procedieron a asesinarlos por grupos. “Con ustedes no gastaremos balas”, dijeron, y los ultimaron con esas filudas armas. Dieciocho niños también fueron asesinados. Esa, jóvenes lectores, es solo una de las centenares de prácticas que realizó Sendero contra las indefensas comunidades campesinas.

En Lima ejecutaban un terrorismo selectivo. Mataban policías al mismo estilo de Pablo Escobar, pero no a los del Escuadrón de Emergencia, sino a jovencitos efectivos recién egresados de la escuela, a los que mandaban a patrullar en mercados. Los agarraban a traición, un disparo por la espalda y procedían a quitarles el arma de reglamento. Eran crímenes bárbaros, pero ellos en sus panfletos lo justificaban señalando: ‘Así le bajamos la moral a la reacción’. A estos asesinos cobardes, sus familiares y el órgano de fachada de Sendero Luminoso, pretenden que los consideremos ‘héroes caídos’. ¡Y piden amnistía política para Abimael Guzmán! Hay que desenmascarar a sus cómplices que parece que están, incluso, en el Congreso. Apago el televisor.

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