El veterano periodista 'Cigarrito' es una fuente inacabable de anécdotas, pero no supo guardar pan para mayo.
El veterano periodista 'Cigarrito' es una fuente inacabable de anécdotas, pero no supo guardar pan para mayo.

El fotógrafo Gary llegó al restaurante por su tallarín saltado y una limonada heladita. “María, llegó a buscarme mi veterano amigo, el periodista de Política, ‘Cigarrito’. ‘Gary, me dijo, ahora que estamos en pleno verano recuerdo una anécdota terrible que me pasó a finales de los ochenta. Naplo era uno de los mejores balnearios de la capital. Había un ministro que le gustaba ‘agasajar’ a los periodistas. Era divertido, contaba historias alucinantes y era íntimo con el presidente, pero, sobre todo, tenía una espectacular casa de playa en Naplo. En una zona exclusiva e inaccesible.

El inmenso y rubio director me había encargado una misión secreta: ‘Ese ministro no es de familia rica y con su sueldo no puede tener una casa en La Molina y otra en Naplo, investígalo’. Lamentablemente, algún plumífero de la competencia se enteró de mi misión y le fue con el chisme al funcionario. Entonces, el ministro comenzó a invitarme a los mejores restaurantes de Lima y me hacía la ‘patería’.

Yo aceptaba porque quería que me soltara algo cuando estaba pasado de copas, pero era como una roca. Tenía cabeza privilegiada para el trago. A fines de diciembre me propuso recibir el año en su casa de playa de Naplo. Yo me dije, es mi oportunidad de averiguar si está metido en el contrabando de Betamax y equipos que guardaban en un almacén en la avenida Argentina. Solo yo sabía esa información privilegiada.

Una camioneta me vino a recoger a mi ‘depa’ y me llevó a Naplo. Me sorprendió que no hubiera carros en el estacionamiento, sino varias Cúster. En el interior todo era jolgorio, las chicas con vestidos diminutos eran muy jóvenes para ser esposas de los amigos del ministro. El funcionario me recibió en la puerta con su esposa, una escultural belleza, ¡¡también muy joven!! Ella me miró con ojos de lujuria. Su marido perecía no darse cuenta.

Los mozos me llenaban la copa de pisco a cada momento y la esposa de mi anfitrión me sacaba a bailar a cada rato. El dueño de casa había desaparecido. ‘Vamos a la terraza, allí estaremos más fresquitos’, me propuso la esposa melosamente. Y me llevó a un lugar que tenía una especie de carpa árabe gigantesca con mullidos colchones y cojines, trago y frutas. Me tiró al colchón y empezó a besarme y a sacarse la ropa. De pronto lloraba: ‘Cigarrito, mi marido me maltrata, me pega y hasta me pone una pistola en la cabeza’. Yo estaba borracho y medio zombie, después supe que me habían metido algo al trago.

‘Cigarrito -me dijo la esposa-, ayúdame si sabes algo sucio de mi marido, dímelo, para denunciarlo y que lo metan a la cárcel’. Sin voluntad, como un robot, le conté: ‘Hay un almacén, en la avenida Argentina, lleno de Betamax y equipos de contrabando, de la mafia de tu marido’. Después no recordé más. A la mañana siguiente llamé al diario y mandaron un equipo con la policía a allanar el almacén de la avenida Argentina. Llegaron y no había nada, ya lo habían limpiado todo. El director me dijo de todo: ‘¡Por un calzoncito arruinaste la investigación. El ministro sabía de qué pie cojeabas. Estás suspendido un mes sin goce de haber, vete de aquí m...!’”. Pucha, ese señor ‘Cigarrito’ era un gran periodista, pero por mujeriego no supo guardar pan para mayo. Me voy, cuídense. 

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