El Chato Matta llegó al restaurante por su cebiche de bonito y un arroz con langostinos y quesito rallado encima. Para beber, pidió una jarra de limonada. Parece que estaba con la resaca y se puso a cantar una conocida cumbia de Los Destellos: ‘Esos tus ojitos/ me han embelesado/ tu dulce mirada mamá/ me tiene hipnotizado/ Elsa, Elsa, yo te juro que te quiero/ que sin ti yo moriría/ si me faltara tu amor... Elsa, Elsa...’.

“María, la semana pasada te estaba contando mi historia con la italiana. Es verdad que le rompí el corazón. Fue mi amor en los ‘años maravillosos’, pero yo andaba viviendo la vida loca. Ella siempre cantaba y una noche un turista italiano la oyó y se enamoró de su voz. El tío le propuso que fuera cantante en su restaurante y que le iba a pagar los pasajes. Livia se animó y dejó todo. Trabajó dos años con el italiano y luego entró a laborar en un colegio católico como profesora de música y también trabajaba para la parroquia. Además, junto a otros peruanos fundó un grupo musical y los fines de semana viajaban en su propia camioneta para presentarse en distintas ciudades.

Livia ganaba bien, era ahorradora y no tomaba licor. La muchacha que llegó en aquellas Fiestas Patrias era otra. Más delgada, bien vestida, con los años lucía mejor.

El trago se nos subió y terminamos en La Posada. Todo fue muy rápido. Livia me escribía poesía: ‘En el paraíso de tus ojos me pierdo porque estoy perdida/ en la paz de tus labios me encuentro/ porque estoy contigo, en el sentimiento de tu alma vivo con mis sentidos/ en ti vivo, amándote...’. Nos comprometimos y ante su familia pedí su mano. Quedamos en que en diciembre nos íbamos a casar en Roma, pero en octubre comencé a salir con otras mujeres. Pancholón me calentaba la cabeza: ‘Chato, amor de lejos es amor de pen... Amor a la distancia, felices los cuatro, ja, ja, ja’.

Ella me llamaba todos los viernes a la hora de almuerzo. Comencé a ausentarme de su casa para no contestarle. Hasta que un día terminé con ella por teléfono. Ahora que han pasado como diez años, me escribe al ‘face’ y quiere que vaya a Italia. Está sola, no se casó y dice que me sigue amando. Espera mi respuesta. Mira, María, mis hijos están en una edad difícil, ¿cómo me voy a ir a Europa? Eso es para no regresar. Mis chiquitos no pueden estar sin su padre. Le voy a ser sincero a Livia. No voy a poder viajar.

Que ella venga cada año y nos encontramos. O de repente me voy un mes a Roma y me regreso. Pero todavía no puedo dejar solos a mis ‘cachorros’ en esta selva de cemento”. Pucha, ese Chato tenía sus cositas. Me voy, cuídense.

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