Mi amigo, el , llegó al restaurante por su lomito saltado con carne de lomo adobada con sillao, arroz graneadito, rocotito molido y su jarrita de carambola al tiempo.

“María, me reafirmo en que en estos tiempos de pandemia no solo es el maldito coronavirus el que está en el ambiente, sino un virus benigno, el de la nostalgia. En estos meses he recibido solicitudes de amistad de las personas más insospechadas. Como de Amanda, una chica de los ‘años maravillosos’. Amanda era extraña, paraba sola y acompañada de un libro y su walkman en el oído. Me gustaba, pero yo tenía enamorada.

Una noche mi flaca, Celia, tenía un ‘baby shower’ y no fue al instituto. En eso vi a la guapa Amanda y me le acerqué. ‘Hola, ¿qué lees?’. ‘Poesía de Jorge Luis Borges’, me respondió. La verdad es que nunca había escuchado ese nombre. ‘¿Y qué escuchas?’. Gloria Trevi, pero no me gusta ‘Pelo suelto’, escucha más bien estas, y me puso en los audífonos ‘El recuento de los daños’, ‘Me siento tan sola’, ‘Con los ojos cerrados’. Canciones desgarradoras, muy profundas de la mexicana. En eso se produjo un apagón por un atentado de los terroristas de Sendero. Nos metimos a un salón y nos alumbrábamos con mi encendedor, mientras me leía poesía y escuchábamos a Gloria Trevi. Entonces casi sin querer nos besamos y terminamos amándonos en ese salón más oscuro que un río de la selva de noche.

Pero me porté mal con ella. Al día siguiente estaba con mi enamorada Celia y Amanda se nos cruzó, me miró y yo me hice el loco. Ella, desde esa día, me seguía como una sombra sin decirme nada. Así estuviera con mi enamorada. Los hombres a veces somos crueles, pensé. Decidí alejarme de ella para siempre. Llevé mi grabadora y cuando ella se ubicó, como siempre, al costado nuestro en la cafetería, puse la música del gran Luis Enrique a todo volumen, con el tema ‘Lo que pasó entre tu y yo, pasó. Pero lo nuestro era un deseo, no era amor, y muchas veces se confunde la intención/yo fui sincero, no era despecho. Tú eras consciente de entender la situación/lo que pasó entre tú y yo, pasó’. Ella puso una cara como para llorar, se paró y se fue. Amanda no volvió más al instituto.

A la semana me llegó una carta a mi casa, era de ella: 'Chato, quién mejor que un ángel como Jorge Luis Borges para que hable por mí: ‘Ya no es mágico el mundo. Te han dejado./ Ya no compartirás la clara luna ni los lentos jardines/ Ya no hay una luna que no sea espejo del pasado, cristal de soledad, sol de agonías/ Adiós las mutuas manos y las sienes que acercaba el amor/ Hoy solo tienes la fiel memoria y los desiertos días’. Me llegó al bobo, la busqué y me dijeron que estaba estudiando inglés en la Católica, porque se iba a Estados Unidos. Para colmo, Celia, mi enamorada, me jugó sucio. La chismosa de Elizabeth me confirmó que cuando me decía que tenía ‘baby shower’ o se iba a la casa de su tía, se veía con un ‘pata’ de Magdalena con quien me engañaba.

Corrí a la Católica a buscar a Amanda. Ella era una chica para mí. La encontré de la mano con un gil de lentecitos y ambos leían un libro. Me miró y en su mirada no había odio ni rencor, más bien resignación. Me hizo adiós con la mano y le dio un beso en la boca al chico de lentes. Me fui cantando una balada de moda de Los Cadillac: ‘Perdí mi oportunidad’”.

Pucha, ese Chatito también tiene sus historias.

Me voy, cuídense.

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