La eterna enamorada
La eterna enamorada

El Chato Matta llegó al restaurante por sus ricos tallarines rojos con su papa amarilla y una presa grande de pollo encima. Para tomar una jarrita de chicha morada.

“María, ahora que tanto se habla de relaciones ‘tóxicas’ o donde muchos se declaran por ‘wasap’ y de frente citan a la chica en un hostal, no puedo evitar recordar una relación inolvidable con mi enamoradita del Instituto, mi eterna Dana. Ella había estado con un patita, Jorgito, un chico sanazo, al que Dana lo tenía pisado. Un domingo Jorgito se fue con sus amigos del barrio a la traicionera playa San Pedro y una gigantesca ola se lo tragó. Su cuerpo apareció al día siguiente.

Cuando le avisaron a Dana esa noche, se quería morir, sufrió toda la madrugada en la búsqueda del cuerpo. Ella, que era la chica más pícara y divertida del instituto, a sus 20 años se convirtió en una muchacha triste. Eso me contaron, porque yo todavía no la conocía. Cuando la conocí, ya habían ‘rebotado’ como veinte giles. Ya para ese tiempo, el negro Arturo le había puesto ‘Camucha Negrete’ y ‘la viudita alegre’.

Me hice amigo de Dana porque tenía chispa, nos vacilábamos de los profesores y los compañeros, pero siempre ponía el recuerdo de su enamorado fallecido, sentía que podía ‘irme de avance’. Yo la acompañaba hasta Nueva Esperanza, que en ese tiempo parecía un viaje interprovincial. Ya la debía querer mucho para hacer esos sacrificios. Pasaban los meses, nos tomábamos de la mano, abrazados, pero nada de darme una señal. Yo no quería ‘tirarme a la piscina sin agua’.

Sus amigas la fastidiaban conmigo, pero ella decía muy resuelta: ‘él es mi amigo, jamás estaría con el’. Cuando me contaron eso, decidí apretar el acelerador justo donde más le iba a tocar el ‘bobo’.

Una noche antes de despedirnos en el paradero, le entregué una carta, que supuestamente se la escribía su enamorado fallecido. Busqué entre mis lejanos recuerdos y decía lo siguiente: ‘Querida Dana, sé que te sorprenderá que te escriba si ya estoy muerto, pero un buen muchacho como el Chato Matta me ha prestado su cuerpo para que mi espíritu te pueda escribir lo que siento. Te amé y creo que también me amaste a tu manera. Pero creo que el gran amor que albergas en tu corazón no puede marchitarse por mi partida. Yo no me he ido, esa estrella que brilla en el cielo del instituto soy yo. Y sé que brillaré más si decides volver a amar a alguien que te demuestre que te quiere y te valora. No pienses que dañarás mi memoria, al contrario, esa estrella brillará más por ti sabiendo que volviste a ser feliz’.

María, algo así le escribí jugándome el todo por el todo. Después de eso me desaparecí unos días, nervioso, con la incógnita del efecto de mi misiva. Cuando Dana me vio, felizmente solos en un paradero, corrió y me besó apasionadamente llorando a mares. Ya no necesité declararme, porque nunca me gustó esa forma de iniciar una relación. Tuvimos más de tres años de intensa relación y terminamos por una tontería, de la que años después nos arrepentimos los dos”.

Pucha, ese Chato tenía su corazoncito y quiso mucho a esa chica. Me voy, cuídense.

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