El periodista de policiales 'El Sonámbulo' brindó otra clase magistral a sus alumnos.
El periodista de policiales 'El Sonámbulo' brindó otra clase magistral a sus alumnos.

Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó al restaurante por su papa a la huancaína con huevito, aceituna encima y tallarines rojos con su pierna de gallina y una jarrita de maracuyá.

“María, llegué temprano a la redacción y me encontré con ‘El Sonámbulo’. ‘Gary -me dijo- me encanta la novela policial, por eso te voy a comentar un libro de cuentos pionero en los relatos policiales, del notable Enrique López Albújar, quien fue maestro rural, juez y magistrado en las recónditas provincias de la serranía de Huánuco. Gracias a esa experiencia, con tantos casos de asesinatos y otros crímenes que llegaron a su juzgado, escribió un libro de cuentos, donde destaca el siguiente:

‘EL CAMPEÓN DE LA MUERTE’. Esta narración forma parte del libro ‘Cuentos Andinos’ que fue publicado en 1920. La historia es alucinante y cruda. El campesino Liberato Tucto está desesperado y chacchaba mañana tarde y noche sus hojas de coca, todo para que la sagrada hoja le diga dónde estaba su hija Faustina, raptada desde hace un mes por un indio de mala entraña, borrachín, raptor de doncellas, desocupado y vagabundo, llamado Hilario Crispín.

Al día siguiente, saliendo de entre la oscuridad de la noche, se aparece en su casa el secuestrador de su adorada hija. Crispín cargaba un saco que vació en la cara del sorprendido padre, quien vio un contenido nauseabundo, viscoso, sanguinolento y macabro, que al caer se esparció por el suelo, despidiendo un olor repulsivo. Aquello era lo que quedaba de la hija de Tucto descuartizada.

Y todavía, el asesino tuvo la desfachatez de decirle: ‘Aquí te traigo a tu hija para que no la busques tanto ni andes diciendo en el pueblo que un mostrenco se la llevó’. El acongojado padre y su esposa decidieron que tan brutal crimen no podía quedar impune, pero como muchos campesinos no confiaban en los juzgados de esa parte del país, que dejaban libres a abigeos y asesinos por unos billetes, ellos prefirieron contratar al mejor ‘Ilipaco’ (matador de hombres) de la zona, Juan Jorge.

A diferencia de los sicarios de hoy, los ‘Ilipacos’ como Juan Jorge, llamado también ‘El campeón de la muerte’, solo mataban a criminales. El pistolero pide cuatro toros a cambio de asesinar al peligroso y escurridizo Hilario Crispín. La madre de la descuartizada muchacha acepta, pero con una condición: que le pegue diez tiros al asesino y que sea el último el que lo mate. Que sufra bala por bala, así como hizo sufrir a su hija. Así Liberato Tucto y Juan Jorge se sumergieron en una persecución. El pistolero estaba nervioso, ya que según su superstición, matar a una víctima impar siempre era más complicado que eliminar a una par, y el cholo Crispín era su víctima sesentainueve.

Hilario se sabía buscado, por eso se escondió en una cueva inaccesible. Pero hambriento cometió el error de salir a traer un carnero. Así lograron verlo, jalando al animal con una mano y con la otra cargando una carabina. Llegaron hasta Crispín y Juan Jorge empezó a dispararle. Cuando el asesino, tirado en el suelo, gritaba pidiendo ayuda o maldiciendo a su verdugo, le apuntó a la mandíbula y le dijo: ‘Esto es para que te calles’. Al final, después de un ritual siniestro, donde el padre de la doncella asesinada gozaba con su venganza, vino el último disparo’”. Pucha ese señor, ‘El Sonámbulo’, es todo un maestro. Me voy, cuídense.

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