El Chato Matta llegó al restaurante por un sabroso piqueo criollo con olluquito, cau cau, ají de gallina, cebiche de cachema, carapulcra, arroz blanco graneadito y ají molido. También se pidió una jarra de cebada fría para la sed. “María, pasó el Día de San Valentín y no puedo negar que me invadió la nostalgia. Recuerdo que en esas fechas, y a propósito, no salía a ningún lugar público con Anita, mi amor de juventud del increíble poblado de Nueva Esperanza, en Villa María. Nos guardábamos para su cumpleaños, que era el 19 del mismo mes. Esta fecha ahora es de tristeza, porque Anita ya no está entre nosotros. Nuestra relación, de más de tres años, pasó como todas las de la etapa juvenil, por momentos tempestuosos y cálidos. Juntos vimos al Papa Juan Pablo II en el Jockey Club, en un ardiente febrero de 1985. Como siempre, a veces uno terminaba por tonterías. Después recibía una cartita suya entregada por nuestro ‘correo’, mi smartphone de esos tiempos de piedra, la señora que vendía golosinas y cigarros en la puerta del instituto. Yo me iba a un salón vacío, porque por allí rondaba la ‘loca’ Elizabeth, que estaba empecinada en destruir mi relación. Se había obsesionado con este chatito. Lo que leí hizo que se me humedecieran los ojos: ‘Al perderte yo a ti / tú y yo hemos perdido: / Yo porque tú eras / lo que yo más amaba, / y tú porque yo era / la que te amaba más, / pero de nosotros dos / tú pierdes más que yo: / Porque yo podré amar a otros / como te amaba a ti, / pero a ti no te amarán como te amaba yo...’. ‘Chato -me confesó-, no lo escribí yo, sino el poeta Ernesto Cardenal, pero siento que salió de mi corazón’. María, te juro que salí disparado a buscar a Anita. Estaba, felizmente, sentada en una banca, leyendo una separata. Fui corriendo, me arrodillé y con los ojos enrojecidos le imploré: ‘¡Perdónameeee, no te merezco!’. Como siempre, me abrazó y me besó y nos fuimos a la calle, alejados de miradas chismosas y envidiosas por nuestra reconciliación. Pero por ese tiempo apareció , quien vivía la vida loca. Andaba con unas morenas de Condevilla y era el rey de la ‘Máquina del Sabor’ de la avenida Venezuela. ‘Chato, no seas sano, qué haces pegado a esa flaca, tengo dos hermanas bailarinas que son de avance, una es para ti...’. Nunca imaginé que esa salida iba a significar mi perdición. La ‘loca’ Elizabeth me tomó fotografías y fue con ellas donde Anita. Perdí a una gran mujer por mi mala cabeza y por los consejos de Pancholón. Nuestros caminos, como diría el argentino Jorge Luis Borges, se bifurcaron. Ella y yo nos casamos con otras personas, tuvimos hijos, nos separamos y después nos volvimos a encontrar, mucho más maduros. La llamaba ‘Señora joven’, porque nunca perdió esa sonrisa inocente. Siempre fue una mujer íntegra. Me aconsejaba y cuando empezábamos a reconstruir una gran amistad, de nuevo empecé con mis ‘rayaduras’ de loco descarriado y volvimos a separarnos. Fui al hospital cuando ya estaba en cuidados intensivos y no pude despedirme de ella”.

Pucha, ese Chato, por seguir los consejos del cochino de Pancholón, perdió a Anita. Me voy, cuídense.

tags relacionadas

NOTICIAS SUGERIDAS

Contenido GEC