El Chato Matta llegó al restaurante por un pollito a la olla con ensalada fresca y su jarra de chicha morada. “María, el viernes me timbró para invitarme un Cartavio X0 en las rocas, para adelantar la celebración de y la rebaja del castigo a Paolo Guerrero. Pero no era el mismo. ‘Chato -me dijo-, tú eres mi hermano y contigo puedo confesarme. Hay un montón de gente que está a mi lado, pero yo no confío ni en mi sombra. Soy de piedra, pero mi corazoncito también late. A veces me siento solo. Pude haber llevado una vida tranquila con mi esposa, una señora decente y de casa, pero me aburría. No soportaba. En las madrugadas quería salir corriendo de la casa. Me gusta la calle, la noche, el olor a perfume, tinte y colorete barato de las canallas. He tenido mujeres a montones, pero pocas dejaron huella. El otro día estaba por la avenida La Marina y me encontré otra vez con Marita. Nunca podré olvidarla.

Nos conocimos en la Trinchera. Recuerdo que la invité a tomar unos tragos y ese mismo día hicimos el amor. Era guapa y andaba siempre con minifalda. Cuando salíamos con amigos, había varios abogados que me querían ‘partir’, pero se iban de cara. Algo mío la atrapó. ‘La verdad, Panchito -me decía-, apenas te vi me caíste bien. Después me hablaste y me maté de risa con tu chispa y hasta cómo narrabas los partidos de la selección’. Ella me gustaba mucho, pero igual la engañé. Es mi naturaleza. Es como una enfermedad, reconozco que no puedo con mi genio y la perdí porque le saqué la vuelta con una de sus mejores amigas. Marita nunca me perdonó y se metió con un ingeniero que tenía plata y siempre babeaba por ella. Las malas lenguas decían que pateaba con los dos pies y cuando se tomaban unos tragos, se le ‘chorreaba el helado’. Lo cierto es que a los meses salió embarazada y se casó. Sus amigas me decían que seguía templadaza de mí y lo hacía por despecho. Una noche la volví a ver. Me dijo que estaba separada de su marido y una de las razones era que el ingeniero era tan monse cuando hacía el amor, que no duraba ni 3 minutos y se quedaba dormido. Volvimos a demoler hoteles con furia. Disfrutamos tanto del sexo que, a veces, subía el cuartelero porque Marita hacía mucha bulla. Parecía que la estaban ahorcando. Un día llamaron hasta a una ambulancia, porque pensaron que se moría de un ataque de asma. Una noche se puso a llorar en mi hombro: ‘Panchito, los hombres son una basura. Tengo miedo de volver a sufrir, siempre te amé y me trataste como a una de tus mujerzuelas con las que sales, pero si tú decides quedarte conmigo, te voy a ser fiel toda la vida’. Perdió la flaca. Ya no corría. No creo en las actrices que lloran. Esa noche, antes de tener intimidad, decidí que sería la última vez que nos íbamos a ver. Era la despedida, así que ofrecí una de mis mejores faenas. Un poco más y salgo en hombros de ‘La Posada’, como el gran torero ‘Paquirri’”. Pucha, ese señor Pancholón se pasa de mujeriego, pero cuando sea más viejo va a sufrir, porque nadie lo va a amar de verdad. Me voy, cuídense.

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