Pancholón perdió la cabeza
Pancholón perdió la cabeza

El Chato Matta llegó al restaurante por un poderoso caldo de gallina negra con dos huevos, papita amarilla, cebollita china, ajicito molido y su chicha morada al tiempo. “María, te cuento que Pancholón se perdió dos días seguidos. Recién resucitó ayer oliendo a ron y me invitó a su sauna favorito. Al toque le pusieron hierba fresca con eucalipto, hierbaluisa, muña, manzanilla y cáscaras de naranjas.

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El gordito pidió un par de cervezas heladitas para bajarla y contó sus historias, que son realmente alucinantes. ‘Chato, hace unos días volví a ver a Cindy, una flaquita de las pocas que me movieron el piso. La conocí cuando recién me había casado. Sí, causita. Siempre he sido pecador y espero que el de arriba me perdone y no me mande al infierno por tramposo. Cindy era una delicia. Recuerdo que la conquisté con una botellita de pisco en la mesa de un ‘hueco’ en la avenida La Marina.

Las mujeres que me conocen y han pasado por La Posada dicen que tengo el corazón de piedra, porque nunca me enamoro. La verdad es que solo amé a la que fue mi esposa, pero no puedo negar que un buen tiempo Cindy me tenía loco. La conocí en la calle, me la presentó una amiga. Las dos estaban borrachas. Ojitos grandes, pelo bien negro, boquita de fresa y una cinturita como Thalía. Una perita.

Desde que la vi, le tiré maicito y a la primera la invité a bailar una salsa sensual. De arranque me dijo: ‘Así que tú eres Pancholón, tremendo jugador. Te he visto desde mi ventana con varias mujeres, eres terrible’. Mi fama era grande en el Callao y a ella le había picado el bichito de la curiosidad. Esa misma noche me la llevé al depa de un abogado que para de viaje -y me deja la llave- y comprobé su hermosura por dentro y fuera. Fue como un sueño.

Era como una gatita tierna que se acurrucaba en mi pecho. Con los días se metió en mi bobo. En ese tiempo le cantaba al oído un tema del zambo Cartagena: ‘Sin ti, no hay nada sino estás tú/ Sin ti, se apaga el amor/ Sin ti, se apaga el amor...’. Tenía la cabeza caliente. Hice llorar a mi esposa una noche que llegué a mi casa y le dije ‘ya no siento nada por ti’. Por un momento, pensé dejarlo todo para irme con Cindy, pero después reaccionaba y, como buen ‘viejo zorro’, me decía ‘no pasa nada, el varón y parador no se enamora en la calle.

Si ella se metió conmigo sabiendo que era casado, después me la va a hacer a mí’. Hasta que salió embarazada. Ahí me puse serio. Ella ponía mi mano en su vientre y me decía: ‘Va a ser gordito como tú, hasta sacará la lengüita’. Volví a la realidad. Por cosas del destino, perdió al bebé y lloró como una niña, pero yo ya estaba en otra. Algo se rompió entre nosotros y me fui alejando. Hace pocos días nos cruzamos en la calle y estaba mejor que nunca. Madurita y con mejor cuerpo. Me contó que, en dos meses, se iba a casar con un viejo estadounidense y se iría a vivir a Houston.

No resistí la tentación y le invité unos tragos. Volvimos después de años a La Posada y, en medio de la oscuridad, me susurró: ‘Nunca te pude olvidar, Panchito. Tú eres el único que me hizo sentir mujer. Siempre voy a ser tuya, así me case con ese gringo para asegurar la ciudadanía americana’. Pero yo ya estoy curado de ‘floros’ baratos.

La embarqué en su taxi y me fui cantando ‘Trampolín’, mi tema preferido de El Gran Combo: ‘Recuerdo que al encontrarte llorabas desesperada/ El dolor y la amargura, mujer, de tu vida fracasada/ Y hoy que tienes otra vida/ ya te sientes liberada/ Terminó la pesadilla, mujer,/ de tu vida fracasada/ No cumples con tus promesas de amor, de aquello no queda nada…/’. Total -pensé-, por qué ser solo de una si puedo ser de todas”. Ese Pancholón es un tremendo sinvergüenza. Terminará viejo y solo. Me voy, cuídense.

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