El Chato Matta llegó al restaurante por su cebichito de cachema, un sabroso arroz con mariscos y, para calmar la sed, se pidió una jarra de chicha morada frozen. “María, a estas alturas de mi vida, la Semana Santa ya no es tan brava como antes. En otros tiempos celebrábamos la ‘semana diabla’. Nos íbamos por la Plaza de Acho a comprar unas damajuanas de pisco y vino de las viñas ubicadas no en Ica ni Moquegua, sino en los jirones Huánuco, Montevideo o la avenida Grau, o sea pura química. Trago infame, pero éramos jóvenes y teníamos, al igual que el entrañable personaje de Condorito, una ‘garganta de lata’. Recuerdo esto porque por ‘Face’ recibí hace unos días otro de esos pedidos de amistad. No lo podía creer. Pero si a esta mujer, Angie, la quise tanto al punto de comprometerme en matrimonio. Ella era ingeniera y recién había llegado de Alemania, donde había hecho un posgrado. En el instituto éramos amigos, muy amigos, me gustaba su carita, pero nos abandonó porque ingresó a la universidad. Un día, después de años de no verla, me llamó por fono y me dijo que regresaba a Lima. La vi figurita. Me confesó: ‘Chato, estuve de novia en Berlín con un fisicoculturista croata, de un metro noventa y puro músculo, pero en la cama era como los chizitos, esos chipi. Tú serás chiquito pero haces que me vuelva loca, ja, ja, ja’.

No te miento, María, me pagaba el hotel, los pollos a la brasa y hasta la ropa, ya que llegaba con mucho dinero. Me sentía mal, pero ella me recordaba: ‘Cuando estábamos en el instituto yo era misia y ustedes ponían’. Pero, a medida que se acercaba su partida, Angie se ponía muy celosa e insoportable. Me hacía escándalos en la calle si yo de casualidad miraba a otra mujer. Me revisaba hasta mis calzoncillos. Eran sus celos enfermizos. Me cacheteaba. Y lo peor, me presentó a una amiga, una tía gorda con una pinta de achorada y me dijo: ‘Matta, la Chito te va a acompañar y se va a encargar de darte cualquier cosa que necesites, yo le mandaré la plata a ella, pero eso sí, no te pierdas con nadie, ella fue mujer policía y siempre te encontrará’. ‘Noooo, esto es el colmo’, me dije. Cuando se fue, hice toda la finta del amante enamorado. La llené de besos en el aeropuerto, bajo la mirada siniestra de la tal ‘Chito’, que me miraba con ojos asesinos. Ni bien llegué a mi casa, le dije a mi viejita: ‘¡No me caso con Angie! Prefiero ser misio y estar solo que infeliz con plata y con una enferma de los celos’. Por teléfono terminé con ella. Me lloró, me imploró, pero nunca cambié mi decisión. Han pasado varios años. Me pidió primero una ‘confirmación de amistad’. Ahora anuncia que llegará a Perú y me quiere invitar a un viaje de placer a Iquitos. Yo estoy solo. No sé qué hacer, María. está de vacaciones en Estados Unidos y no sé a quién pedirle consejos”. Pucha, ese chatito debería buscarse una buena mujer porque ya está viejo y se va a quedar solo como el cochino de Pancholón. Me voy, cuídense.

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