El Chato Matta me hizo una videollamada el viernes en la noche y de inmediato noté que estaba ‘movidito’. Había tomado ron y se puso melancólico, pero siempre es bien respetuoso conmigo.

“María, yo pertenezco al grupo de hombres que tuvo la suerte de casarse con una mujer buena, que me conoció con los bolsillos más vacíos que los del ‘Chavo del ocho’ y me acompañó en esas épocas de ‘vacas flacas’. Nunca imaginé que me dejaría. No soy de la legión de sonsos que pierden la cabeza por un calzoncito de la calle y abandonan a una mujer decente por un agarre. Pero no hay peor castigo para un hombre que, después de haber perdido a mujeres honradas y dignas, termine con una tramposa con la que no puede dormir en paz.

Eso le pasó a mi hermano Pablito, un pata en verdad diez puntos. De barrio, noble, inteligente, divertido. Mi viejita lo quería como a un hijo. Era talentoso y trabajaba como creativo en una agencia de publicidad. Lo conocí en el instituto, porque mi chochera salió de abajo y nadie le regaló nada, pero el error de su vida fue relacionarse y tener un hijo con una bandida. Hace dos tardes llegó en el taxi de su hermano.

‘Chato, tú eres barrio, mi causa. Déjame desahogar mis penas. Ya me separé del monstruo que era mi mujer y eso que tú me lo advertiste y no te hice caso. Me fui con lo que tenía puesto y le dejé mi casa, mi carro. Perdí mucho, pero me siento liberado. Imagínate que me engañó con un compañero de trabajo’.

Lo que es la vida, pensé. En mi caso, hice sufrir a la única mujer que realmente me amó. Sí, la hice llorar. Mi mala cabeza me hizo escoger mal. Ana es con la que debí casarme después de tres años de inolvidable relación. Ella, al tiempo, borró su chip conmigo y no la culpo. Siempre digo: Ves a la familia y ves a la mujer. Su familia era extraordinaria, su madre, doña María, de Nueva Esperanza, que en paz descanse. Su viejito, el trabajador más antiguo de una gran fábrica de cemento, a quien le decían ‘Moradito’, un señor de señores al que los ingenieros rendían pleitesía porque se les ponía en frente y les decía: ‘Yo te conocí cuando eras practicante y no sabías ni dónde quedaba el baño’.

María, lo mío es una lección para los jóvenes. Los cuerpos de las mujeres pasan. Algunos se deslumbran por las curvas. De perder a una mujer que me conoció y amó misio e indocumentado, como Ana, nunca me voy a dejar de arrepentir”. Pucha, me da pena que el Chato ahora esté solo, pero él tiene la culpa por andar con ese cochino y sinvergüenza de Pancholón. Me voy, cuídense.

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