El Chato Matta cuenta una de las últimas de Pancholón.
El Chato Matta cuenta una de las últimas de Pancholón.

El Chato Matta llegó al restaurante por un sabroso escabeche de bonito con arroz blanco graneadito, huevito duro, aceituna y rocotito molido. “María, los años pasan volando. Increíble, ya estamos en el 2016 y recuerdo como si fuera ayer cuando entré a trabajar al ministerio. Desde el primer día, en el comedor de empleados, mi mirada solo se fijó en una mujer. Era una belleza de unos 40 años. Una falda apretada y un trasero que, según los chismosos, era el mejor del edificio. ‘Chato me decían mis amigos, no mires tan alto. Esa mujer es inalcanzable para ti. Le decimos la ‘viuda alegre’ porque su marido, que era marino y experto buzo, murió hace cinco años en la bahía de Chimbote. Dicen que estaban bien enamorados, ella estudió administración, pero no ejercía. Hace dos años entró a trabajar en Personal, como jefa. El gerente babeaba cuando la veía. Hasta el ministro, en una fiesta con los empleados, se le pegó toda la noche y ella se tuvo que ir porque la miraban mal. La tía es derecha y almuerza sola leyendo un libro. Una vez nos cruzamos y le lancé mi mirada matadora. En otra oportunidad la encontré sola en el ascensor y vi que tenía un libro. ‘Señora, ¿qué libro está leyendo con tanta avidez?’, le pregunté, sacando lustre a mi vocabulario. ‘La dama de las camelias’, de Alejandro Dumas, me respondió. ‘¿El de Los tres Mosqueteros?’ ‘No me dijo riendo ese es el padre, este es el hijo. Veo que lees novelas’. ‘Algo, señora. En mi mancha del instituto había varios cerebritos’. ‘Esta novela es romántica, tal vez demasiado’, agregó y se despidió: ‘Hasta luego, señor Matta’. ¡Sabía mi nombre!

Ni bien salí del trabajo, me fui a la avenida Grau, donde antes vendían libros, y me compré una edición bien vieja de ‘La dama de las camelias’. Me conmovió la historia de una prostituta de alto vuelo en la Francia de reyes y condes, y cómo sacrifica todo por un joven que la amaba con locura, Armando Duval. Una tarde, en el comedor del ministerio, almorzaba sola su ensalada de verduras y pollo al vapor. Se empezó a reír conmigo. Estaba bellísima, bien pintada y con un vestidito alto. Esa misma noche me invitó a su departamento, pues sus dos hijitos pasaban el fin de semana con su abuelita. ‘¿Sabes que desde que murió mi esposo no hago el amor? Muchos se me han mandado. Ministros, gerentes, empresarios, marinos, amigos de mi esposo. Todos tienen un solo idioma: ‘Qué guapa eres. Hermosa, qué lindo cuerpo y otras tonterías. Tú abriste mi corazón al hablarme con sencillez y del libro que tanto me gusta. ‘Ahora me dijo que encontré a mi Armando, te voy a dar mi última noche. Ya acepté que me trasladen a un puesto en la Embajada de Perú en Washington, gracias al ministro. Señor Matta, imagine que usted es Armando Duval y yo, Margarita Gautier, y que esta será nuestra última noche juntos’. Le hice el amor con fuerza para que no me olvide. La verdad es que no la vi nunca más. Hasta que, en una revista, leí que se casaba con un diplomático norteamericano. Cada vez que en el programa radial ‘La hora del lonchecito’ ponen el tema de Miguel Bosé, ‘Teorema’, me acuerdo de la bella señora de las cuatro décadas”. Pucha, ese Chato tiene sus historias y es igual de mujeriego que Pancholón. Me voy, cuídense.

El Chato Matta llegó al restaurante por un sabroso escabeche de bonito con arroz blanco graneadito, huevito duro, aceituna y rocotito molido. “María, los años pasan volando. Increíble, ya estamos en el 2016 y recuerdo como si fuera ayer cuando entré a trabajar al ministerio. Desde el primer día, en el comedor de empleados, mi mirada solo se fijó en una mujer. Era una belleza de unos 40 años. Una falda apretada y un trasero que, según los chismosos, era el mejor del edificio. ‘Chato me decían mis amigos, no mires tan alto. Esa mujer es inalcanzable para ti. Le decimos la ‘viuda alegre’ porque su marido, que era marino y experto buzo, murió hace cinco años en la bahía de Chimbote. Dicen que estaban bien enamorados, ella estudió administración, pero no ejercía. Hace dos años entró a trabajar en Personal, como jefa. El gerente babeaba cuando la veía. Hasta el ministro, en una fiesta con los empleados, se le pegó toda la noche y ella se tuvo que ir porque la miraban mal. La tía es derecha y almuerza sola leyendo un libro. Una vez nos cruzamos y le lancé mi mirada matadora. En otra oportunidad la encontré sola en el ascensor y vi que tenía un libro. ‘Señora, ¿qué libro está leyendo con tanta avidez?’, le pregunté, sacando lustre a mi vocabulario. ‘La dama de las camelias’, de Alejandro Dumas, me respondió. ‘¿El de Los tres Mosqueteros?’ ‘No me dijo riendo ese es el padre, este es el hijo. Veo que lees novelas’. ‘Algo, señora. En mi mancha del instituto había varios cerebritos’. ‘Esta novela es romántica, tal vez demasiado’, agregó y se despidió: ‘Hasta luego, señor Matta’. ¡Sabía mi nombre!

Ni bien salí del trabajo, me fui a la avenida Grau, donde antes vendían libros, y me compré una edición bien vieja de ‘La dama de las camelias’. Me conmovió la historia de una prostituta de alto vuelo en la Francia de reyes y condes, y cómo sacrifica todo por un joven que la amaba con locura, Armando Duval. Una tarde, en el comedor del ministerio, almorzaba sola su ensalada de verduras y pollo al vapor. Se empezó a reír conmigo. Estaba bellísima, bien pintada y con un vestidito alto. Esa misma noche me invitó a su departamento, pues sus dos hijitos pasaban el fin de semana con su abuelita. ‘¿Sabes que desde que murió mi esposo no hago el amor? Muchos se me han mandado. Ministros, gerentes, empresarios, marinos, amigos de mi esposo. Todos tienen un solo idioma: ‘Qué guapa eres. Hermosa, qué lindo cuerpo y otras tonterías. Tú abriste mi corazón al hablarme con sencillez y del libro que tanto me gusta. ‘Ahora me dijo que encontré a mi Armando, te voy a dar mi última noche. Ya acepté que me trasladen a un puesto en la Embajada de Perú en Washington, gracias al ministro. Señor Matta, imagine que usted es Armando Duval y yo, Margarita Gautier, y que esta será nuestra última noche juntos’. Le hice el amor con fuerza para que no me olvide. La verdad es que no la vi nunca más. Hasta que, en una revista, leí que se casaba con un diplomático norteamericano. Cada vez que en el programa radial ‘La hora del lonchecito’ ponen el tema de Miguel Bosé, ‘Teorema’, me acuerdo de la bella señora de las cuatro décadas”. Pucha, ese Chato tiene sus historias y es igual de mujeriego que Pancholón. Me voy, cuídense.

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