Mi gente, mi sangre, mis hermanos de , quiero dejarles en esta columna un mensaje que puedan compartir, un testimonio de que la fe es lo más lindo de la vida. Una historia de un futbolista que, antes de serlo, fue un niño con sueños.

Es que, aparte de estos días , la Navidad es una fecha que nos hace recordar, nos pone sensibles, nos da nostalgia. ¿Cuántas veces hemos deseado tener un juguete y no pudimos tenerlo?

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¿Cuántos de mis lectores anhelaban que Papá Noel llegará con el regalo deseado? ¿O cuántos no tuvimos la sonrisa del amigo o vecino, porque el dinero no alcanzaba en casa?

Ahora, a mis 45 años, ya me puedo dar algunos ‘gustitos’. Pero mi infancia, sinceramente, fue el reflejo de lo que nos pasó a miles de peruanos.

Unas zapatillas, una pelota, un carrito, ropa... Son algunos regalos con el que sueñan los pequeños. Yo deseaba con ansias una bicicleta. Pero no había monedas. En esa época, en mi casa no había ni para llantas. Era la realidad.

En los días previos a los 24 de diciembre, mis amigos me decían que ponga mi zapato en la almohada para así ‘llamar ' a Papá Noel. Uno como niño siempre se ilusiona, pero pasaba la fecha y nada.

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En mi inocencia hasta pensaba: ¿Pero cómo entrará Santa Claus si en mi casa no hay chimenea? Hasta dejaba la ventana entreabierta con la ilusión de que el ‘gordito’ pueda ingresar con mi regalo. Pero eso nunca sucedió. Cada Navidad era un sueño más que no podía cumplir. Y así fueron pasando los años, creciendo y sin poder tener mi bicicleta tan añorada por mí.

Mi infancia en Corongo fue sufridita. Yo vengo de una familia de extrema pobreza. Soy el último, el conchito de la familia. Mi papá Domingo Guadalupe Montalván nos abandonó cuando tenía 5 años. Me daba cuenta de las cosas, veía a mi mamá Prince encargándose de la casa, trabajando de todo, era mil oficios.

Mi hermano mayor, Domingo, asumió el rol de papá. Era el que imponía el respeto, el que castigaba cuando uno se portaba mal. Mi casita era de madera, muy modesta. Lo que ganaba mi viejita era para comer, eso era lo primero que se aseguraba. En segundo lugar estaba la vestimenta. Hasta allí nomás alcanzaba el chanchito. Caballero, no podía exigir más cosas.

Cuando llegaba la fiesta navideña era imposible pedir un regalo. En el techo de mi casa había una bicicleta vieja, sin llantas, que mis hermanos mayores habían recogido de la calle con la esperanza de repararla algún día. Pero nunca se pudo. Ese montículo de fierro oxidado avivaba mi esperanza. Un niño pobre se conforma con lo mínimo, imagina que una escoba es un caballo o que una silla es su asiento de un lujoso Ferrari.

Cada vez que podía, subía al techo con una lija para sacar el óxido de los fierros y hacer volar mi imaginación, soñando que un día esa vieja bicicleta iba a funcionar y haría realidad mi anhelo. Imaginaba que paseaba por las calles de Corongo, y mis amiguitas me veían pasar y me pedían que las paseara.

EL ÚNICO REGALO DE NAVIDAD

Pero todo ‘deseo imposible’ se menguaba con otros. A mi colegio llegaban algunas organizaciones de monjas que nos preparaban las famosas chocolatadas con su panetón. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer. Me entregaban una bolsa en la que venía unos cachaquitos, carritos Jeep, soldaditos chiquitos con sus armas, con eso era el niño más feliz del mundo. Ese regalo lo era todo en Navidad. Pero pasaban los días y seguía pensando en la bicicleta.

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Entendí que algunas personas no podemos darnos el lujos de tener ciertas cosas si no luchamos por ellas. Así que recién a los 17 años hice realidad mi sueño. Lo pude comprar con mi primer sueldo con Universitario de Deportes.

Fui a Plaza Unión y pagué cien dólares por mi primera ‘bici’. Fue como si me hubiera comprado una 4x4. Por eso sé lo feliz que es un niño cuando recibe un pequeño presente, por más chiquito que sea, la sonrisa será inolvidable para toda su vida.

No esperemos que Navidad solo sea 25 de diciembre, hagamos que la Navidad en un niño sea siempre y cada vez que podamos dibujemos una sonrisa en su rostro. Nos vemos el próximo lunes.

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