Este Búho cerró febrero con un espectacular viaje al norte . Como saben mis lectores, soy amante del sol y del mar, por eso, ni bien se me presentaron unos días libres, chapé un bus a y sin más pertenencias que un par de polos, un short playero y un buen libro, enrumbé hasta la maravillosa ‘Ciudad de la eterna primavera’. Siempre que tengo la oportunidad de conversar con jovencitos, les recomiendo conocer nuestro país, pues como me aconsejó un viejo profesor sanmarquino, ‘la única manera de derrumbar prejuicios y comprender nuestra sociedad es viajando’. 

En la actualidad, darse esos gustitos es más barato, pues hay una gran oferta terrestre y aérea. Ahora, darse una escapada a la costa, sierra o selva de nuestro país es accesible. Y como dicen algunos estudios, no hay mejor inversión que un viaje. A Trujillo llegué un sábado de cielo cargado, pero de bochorno insoportable. La ciudad, ordenada, moderna y acogedora, se caracteriza por su legado cultural y gastronómico. Allí me encontré con ‘Koky’ Ñique, amigo y dueño de uno de los restaurantes más emblemáticos del norte: ‘El Mochica’, donde aún sobrevive ese plato ancestral conocido como la ‘sopa teóloga’, que solo se prepara en Semana Santa. 

Otra especialidad de la casa es el cabrito a la norteña y la sangrecita, además del tradicional frito y los refrescantes jugos de fruta de temporada. Hombre de sonrisa contagiosa, la historia de ‘Koky’ es tal vez la historia de miles de trujillanos que, a base de sacrificio y estudio, conocieron el éxito. “Somos chambeadores, somos emprendedores. Nunca vas a conocer a un trujillano ocioso. Aunque hoy tenga fama de ser una ciudad peligrosa, es tierra de personas amables y honestas”, dice con orgullo. Pero Trujillo no solo es gastronomía, sino también cuna de la cultura Chimú. Posee una de las zonas arqueológicas más impresionantes del continente: Chan Chan, considerada la ciudad de barro más grande de América. Está constituida por cementerios, barrios populares, huertos, bodegas, murallas y plataformas usadas para ceremonias religiosas.

Creo que todo peruano debe conocer este lugar no solo por libros, sino ‘in situ’. Las ruinas no tienen nada que envidiarle a Machu Picchu, la complejidad con que fueron construidas demuestra la gran sabiduría de sus habitantes. Con el tiempo a mi favor, decidí visitar Huanchaco, un balneario bullicioso y desordenado, adonde llegan miles de jovencitos más por las juergas que para el relajo. Está a 15 minutos de Trujillo y su cercanía con la ciudad hace que sea la playa más visitada de todo su litoral. Aunque duela decirlo, Huanchaco es una playa venida a menos por la falta de cuidado de los visitantes, por el desorden que generan los negocios ambulantes y por el abuso en los cobros de algunos hoteles. 

Lo rescatable son los paseos en los ‘caballitos de totora’ y el especial sabor que tienen sus cebiches. No en vano se dice que ahí se creó ese manjar bandera de nuestro país. Busquen a la ‘Tía Julita’, un huequito humilde pero donde sobra el sabor. Una historia distinta es Pacasmayo, dos horas más al norte. Aquí llegué al cuarto día de mi recorrido y mi impresión fue positiva. Playa mansa, limpia y de arena. Pueblo cálido, ordenado y seguro. Si lo visita, siéntese en cualquier restaurante y pida un suco frito con yuca, ensalada y arroz. No hay pierde. Los lugares para pernoctar son cómodos y baratos. Personalmente recomiendo uno, ‘El mirador’, un hospedaje donde la atención es de primera, se sentirá como en casa. 

Levántese tempranito y suba al mirador, deléitese con el amanecer y agradezca a Dios la suerte que tiene por estar parado ahí. Y finalmente, como último punto de mi viaje, a media hora de Pacasmayo, visité Chepén, considerada ‘La perla del norte’. Allí me recibió el gran ‘Tomasini’, mi querido tío político, famoso en el pueblo por su bendito talento en la cocina. “Sobrino, bienvenido. Sírvete este cebiche de camarones fresquitos. El plato de fondo es el cuy frito con papa guisada”. En Chepén se puede visitar los canales de Talambo para el respectivo chapuzón. 

O sino, los cristalinos ríos de Puente Mayta. El pueblo, aunque pequeño, es moderno y cuenta con todos los servicios. Si va a la plaza, pregunte por el puesto de cebada con piña rayada. Para la despedida, el tío ‘Tomasini’ preparó su especialidad, el delicioso chancho a la caja china, acompañado de unas cervezas regionales al polo. Programe su viaje para Semana Santa, pues ahí se realiza uno de los vía crucis más alucinantes del país. Este Búho, sin duda, regresó a Lima tostado, relajado y con unos kilitos de más. Apago el televisor.

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