Este Búho reflexionaba sobre el ridículo ‘golpe de Estado’ que pretendió perpetrar , quien por algunos minutos sintió que se había convertido en un ‘dictador’ y terminó solo en una celda de la Diroes, y me permití hacer un recuento de las clásicas novelas sobre verdaderos dictadores de la literatura hispanoamericana: ‘Tirano Banderas’, del español Ramón del Valle Inclán; ‘Señor presidente’, del guatemalteco Miguel Angel Asturias; ‘Doña Bárbara’, del venezolano Rómulo Gallegos; ‘El recurso del método’, del cubano Alejo Carpentier, o ‘Conversación en la catedral’ y ‘La fiesta del Chivo’, de nuestro Mario Vargas LLosa.

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Pero nunca olvidaré la impresión que me causó la lectura de ‘El otoño del patriarca’ (1975), de Gabriel García Márquez. La leí en la soledad del abandonado estadio de San Marcos a inicios de los ochentas. García Márquez escribió su monumental obra en Barcelona entre 1968 y 1975, año de su publicación. Había una tremenda expectativa en el mundo literario por ver el trabajo de varios años y si estaba a la altura de ‘Cien años de soledad’. ‘Gabo’ confesaría más tarde que fue la novela en la que más trabajo y más esfuerzo invirtió.

La obra es una suerte de fábula sobre un dictador que se mantiene en el poder en un país caribeño durante más de un siglo. El gobernante es un general de edad incalculable, que tuvo 5 mil hijos ilegítimos, un hijo reconocido, una única esposa e idolatró a su madre. La historia comienza con el general ‘al parecer muerto de muerte natural durante el sueño’, solo, en un destartalado palacio presidencial por donde andan bueyes, aves y gallinazos, y el ingreso de sus temerosos súbditos a su corroída morada. Así lo escribe magistralmente el colombiano: ‘Durante el fin de semana los gallinazos se metieron por los balcones de la casa presidencial, destrozaron a picotazos las mallas de alambre de las ventanas y removieron con sus alas el tiempo estancado en el interior, y en la madrugada del lunes la ciudad despertó de su letargo de siglos con una tibia y tierna brisa de muerto grande y de podrida grandeza.

Solo entonces nos atrevimos a entrar sin embestir los carcomidos muros de piedra fortificada, como querían los más resueltos, ni desquiciar con yuntas de bueyes la entrada principal, como otros proponían, pues bastó con que alguien los empujara para que cedieran en sus goznes los portones blindados que en los tiempos heróicos de la casa habían resistido las bombardas de Willian Dampier (...) En aquel recinto prohibido que muy pocas gentes de privilegio habían logrado conocer, sentimos por primera vez el olor a carnaza de los gallinazos, percibimos su asma milenaria’.

El libro consta de seis bloques narrativos sin diálogos y sin puntos aparte se suceden, sin orden, escenas de su vida en sus épocas de hombre poderoso, fuerte, su tiempo de declive y el proceso que lleva a su final. Escrito en un lenguaje cargado, lleno de imágenes impresionantes. El general ha llegado al gobierno de un país imaginario ubicado a orillas del Caribe por una rebelión que terminó con los caudillos militares. Durante muchas décadas y años ejerció el poder total, fue implacable y cruel con sus enemigos y se convirtió en un ser mítico para su pueblo. Respetado a la fuerza, temido y odiado, el dictador es testigo del alborozo que manifiestan funcionarios y ciudadanos ante su supuesta muerte y vive lo suficiente como para que su verdadera muerte sea considerada, con alivio, como el ‘fin de la eternidad’.

En ‘El otoño del patriarca’ estamos ante un narrador que por momentos se convierte en un relato coral

Porque incorpora, de manera magistral, distintos puntos de vista, a través de las voces del general, su doble, su madre y otros personajes. Se nota la gran influencia del escritor norteamericano William Faulkner, quien revolucionó de innovaciones estilísticas la literatura del siglo XX. En sus libros desaparecían los puntos aparte, aparecían párrafos gigantes y se trastocaba el tiempo y el espacio. Hay personajes alucinantes, como la madre del autócrata, Bendición Alvarado, quien vivía en la pobreza pintando pájaros para venderlos en el mercado, sin estar enterada de que era una de las mujeres más ricas del mundo, ya que su hijo colocaba a su nombre todas las ganancias de sus negociados corruptos con el gobierno.

Entre los personajes que aparecen y reaparecen a lo largo del relato también están Patricio Aragonés, el doble idéntico del dictador que lo reemplaza en algunos actos públicos y le fue fiel hasta que le descubren que no solo había querido traicionarlo una vez, sino participó en muchas conspiraciones tejidas contra el tirano. Antes de consumar el golpe, Aragonés muere de una enfermedad y su cuerpo luego es capturado por el general, quien lo viste como él para fingir su muerte. En esta obra ‘Gabo’ continuó con el deslumbrante ‘realismo mágico’ de ‘Cien años de soledad’. Pero fue desvalorada al ser comparada con esta, cuando solo eran dos caras de una misma moneda. Este columnista se queda con una frase de la madre del sátrapa cuando está frente a los embajadores, refiriéndose a su hijo: ‘Si hubiera sabido que iba a ser presidente, lo hubiera mandado a la escuela’. No sé por qué esa frase me hizo recordar al tristemente célebre Pedro Castillo. Apago el televisor.

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