Este asiste con asombro a una guerra fratricida entre dos hermanos, que compartieron las mieles del poder: y el menor del clan,. Mirándolo objetivamente, la disputa entre ambos no se origina porque el querubín de Alberto quería que indultaran a su padre y Keiko no.

Se dio antes, cuando el viejo fundador del fujimorismo advirtió que en el esquema de su hija mayor y sus asesores Ana Vega y Pier Figari, estando libre podía erosionar la propuesta del partido Fuerza Popular, que se colocaba como una derecha populista. Por eso Kenji no fue a votar en las elecciones del 2016 y después escribió: ‘En el supuesto negado que Keiko no gane las elecciones, yo seré candidato en el 2021’. Allí empezó a trabajar el ventrílocuo Alberto. Históricamente, en el Perú prehispánico ya hubo guerras fratricidas, como la de Huáscar y Atahualpa, que justamente significó la destrucción del Imperio Incaico y posibilitó la conquista española.

Pero uno podrá alegar, ambos hermanos si bien eran hijos del inca Huayna Cápac, Huáscar era hijo de la legítima reina del Cusco, capital del Imperio, y Atahualpa de una princesa quiteña, no oficial, digamos. Este columnista no es psicólogo ni psiquiatra, pero creo que ambos hijos de Alberto Fujimori han sufrido graves traumas en su niñez y adolescencia. Recuerden que su papá no solo encerró a su madre en los sótanos de Palacio de Gobierno, porque denunció las raterías de su cuñada Rosa Fujimori con la ropa donada del Japón, sino que Susana Higuchi sufrió torturas y quedó con la salud destruida no solo física, sino también emocionalmente. Y hay que recordar que en esas dramáticas circunstancias, Keiko, en lugar de apoyar a su madre, como sí lo hicieron sus hermanos Sachi e Hiro, prefirió reemplazarla como ‘primera dama’. O sea, la ‘Chinita’ prefirió las mieles del poder desde adolescente. Pero no siempre la familia Fujimori Higuchi se manejó como un terrible clan disfuncional lleno de odios, rencores y disputas.

Este Búho ingresa al túnel del tiempo. Año 1990. Se vivían los más dramáticos momentos de la campaña electoral por la Presidencia, en aquella segunda vuelta. Mario Vargas Llosa ganó en la primera vuelta, pero no alcanzó los votos para llegar directamente a Palacio. El ingeniero logró un segundo sorprendente lugar y arrancó su mitin en Huaycán, en esos tiempos una quebrada desolada sin carreteras, postas médicas ni comisarías. Solo miles de chozas con pobladores, decenas de miles sin agua ni luz, que vitorearon al ‘Chino’, que entró con su pequeño tractor. Este Búho estuvo allí, corriendo la cancha como reportero de un diario que hoy yace en el cementerio de papel. Escribí una crónica de cuatro páginas donde culminaba con una frase: ‘Los pobres del país ya decidieron, Fujimori va a ganar’. Al día siguiente, haciendo ‘guardia’ frente a la casa del ingeniero, en La Molina, salió alguien y me llamó por mi nombre. “¿Sí?”, pregunté. “Pasa, el ingeniero quiere hablar contigo”, me dijeron.

No dejaron ingresar a mi fotógrafa, la recordada Evita Castro. En la sala de la casa me recibió el propio Alberto. “Señor, lo felicito, ¡¡qué bonita crónica!! ¡¡Usted sí supo ver que el pueblo está con Cambio 90!! Y qué lindo describió cómo los pobres gritaban mi nombre esperanzados en mi futuro gobierno. Pero cómase unas galletitas”, indicó.

Y llegó Keiko, gordita y cachetona con su uniforme de colegio y me ofreció unas galletas Field con mantequilla y limonada, toda sonriente. Luego llegó Kenji, chiquitín. “Son mis hijos, los más inteligentes, si yo no gano, alguno de ellos llegará a la Presidencia de la República”, vaticinó un ‘Chino’ que hablaba pésimamente el castellano y tenía el cabello negro. Hasta me ofreció trabajo como agregado cultural en una embajada de habla hispana, si él ganaba. No le creí. Además, no me interesaba ese cargo. Yo solo quería seguir siendo reportero. Y después me felicité porque en el poder traicionó a todos sus aliados: evangelistas, los apristas, Máximo San Román y los otros. Ahora, Keiko pretende mandar a Kenji a la cárcel, por boca de Becerril. Mientras que Kenji la quiere embarrar al presentarse como testigo del caso Odebrecht. Solo puedo finalizar con las clásicas palabras del señor ‘Caritino Estudillo y Picoy’, de la entrañable comedia ‘Mi secretaria’: ¡¡Qué bonita familia!! Apago el televisor.

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