Este Búho escribía ayer sobre lo indefensa que se encuentra la población del país ante el azote de la inseguridad ciudadana y el desborde de la delincuencia nacional y extranjera. Ya parecen normales noticias donde emprendedores de distritos populares como San Juan de Lurigancho o Villa El Salvador son víctimas de robos ¡hasta en seis oportunidades! Las bandas de los tristemente célebres ‘saltimbanquis’ (asaltantes de bancos) de las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado ya son historia.

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Las pandillas como la surquillana de ‘La Metralleta’, con ‘Caman Baby’ y ‘La Gringa’, o ‘Los Elegantes’, robarresidencias del ‘Loco Perochena’, fueron desarticuladas por los ‘tigres’ de la antigua Policía de Investigaciones, la PIP, los llamados ‘rayas’, y también por las draconianas leyes del gobierno militar: un delincuente que mataba a un policía era juzgado por un tribunal militar que le imponía la pena de muerte.

No es que uno quiera ver algo ‘positivo’ en los delincuentes de antaño. Pero al menos, estos tenían lo que llamaban ‘códigos del hampa’. Los objetivos de sus fechorías eran las entidades financieras, era inadmisible que robaran un negocio de su barrio o robaran una casa del vecino. Hoy la delincuencia ya no cree en nadie ni respeta nada. Los ‘raqueteros’ arrasan en cualquier distrito y ni arriba del cerro uno está a salvo. Pero sobre todo, no se respeta la vida humana.

El Perú ostenta la triste realidad de ser el único país latinoamericano donde se mata a la gente solo por robar un celular. El batallador grupo Terna no se da abasto para enfrentar a la terrible ola delincuencial existente. Por eso me cayó a pelo ver el documental ‘Ciudad del miedo: Nueva York vs. la mafia’, del director Sam Hobkinson, que les comentaba ayer, pero me quedaron algunos temas importantes en el tintero. Nueva York entre los años 1970 y 1980 era una ciudad capturada por la mafia.

Las cinco grandes familias, de esas que vimos en ‘El Padrino’, controlaban no solo los clásicos negocios ilegales, como las drogas, la prostitución, juego, extorsión, secuestros o sicariato. Sino habían capturado también negocios legales: la construcción, sindicatos de camioneros, obreros, recojo de basura, puertos, proveedores de pescado, restaurantes, hoteles. Nada que significara ganancia estaba fuera del alcance de la mafia.

El FBI no podía hacer nada. ‘Jugábamos con los mafiosos al gato y al ratón’, sostiene uno de los detectives que comenzaron en 1979 a combatir al crimen de manera diferente. Antes, los policías capturaban en flagrancia a los llamados ‘soldados’ de las familias, pero no tenían cómo vincularlos con el ‘jefe’ de la familia.

Se sabía que capos como Paul Castellano mandaban matar, pero no había evidencias que lo probaran. Los ‘soldados’ se ‘comían’ algunos años de prisión, pero no delataban a su jefe. Sin embargo, el FBI sí tenía una herramienta legal para poder encarcelar a las ‘cabezas’ de la organización.

Nunca habían puesto en ejecución una ley que promovió un destacado jurista de la Universidad de Cornell: la famosa Ley RICO, que significaba que la justicia podía encarcelar no solo al sicario que apretaba el gatillo, al que extorsionaba, sino también al jefe que le ordenaba cometer el delito. Esto enmarcado en una ley que significaba Racketeer (chantaje civil) Influencia Corrupción de Organizaciones (RICO).

“Se necesita imaginación y una estrategia como las que usó el FBI para derrotar a los malditos delincuentes”

Con esta herramienta los detectives buscaron la manera de vincular a los ‘padrinos’ como los ‘cerebros’ de las organizaciones delictivas. Vemos en el documental a Paul Castellano, el poderoso jefe de la familia Gambino, a quien tenían que colocarle un micrófono en su residencia en Staten Island. Los detectives estaban desesperados porque esa casa nunca estaba deshabitada para colocar el artefacto.

Como sabían que Castellano tenía el exclusivo servicio de cable de la entonces novísima CNN, indujeron una interferencia y el mafioso tuvo que llamar a la compañía de cable para que arreglen el desperfecto. Fue allí que el FBI contactó con la empresa para que no enviaran a nadie y así, disfrazado de técnico, ingresó un agente. El detective rememoró el tenso episodio, pues quien le abrió la puerta fue el guardaespaldas de Castellano, un asesino que si viera un movimiento sospechoso podía desatar un tiroteo.

El documental también nos presenta el testimonio de otra agente que se encargó de transcribir las 600 horas de conversaciones de Castellano dirigiendo sus sucios negocios. Ella reveló que no solamente ‘pescaron’ al mafioso con las manos en la droga, sino también escucharon jadeos y palabras amorosas: ¡Don Paul engañaba a su esposa con su empleada del hogar, la dominicana Gloria Olarte! Así, uno a uno los cinco jefes de las familias de Nueva York fueron llevados a juicio por el implacable fiscal Rudolf Giuliani.

Un jurado sorprendido, donde había desde una anciana hasta una bella secretaria, se quedó pasmado con el lenguaje procaz y por el desprecio a la vida que exhibían los mafiosos, que se creían dioses que mandaban asesinar, ‘cortarles la cabeza’ a aquellos que no querían aceptar sus chantajes.

Todos los jefes fueron sentenciados, menos el más importante, Paul Castellano. El capo pagó dos millones de dólares de fianza, pero mejor se hubiera quedado en prisión, porque en diciembre de 1985 fue asesinado a tiros en la puerta de un restaurante en Manhattan. Crimen ordenado por John Gotti, quien lo sucedió en el cargo. No es exagerado decir que la criminalidad en Lima es similar a la de aquella Nueva York. Se necesita imaginación y una estrategia como las que usó el FBI para derrotar a los malditos delincuentes. Apago el televisor.

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