Este Búho habrá nacido de noche, pero no anoche. Por eso, a pesar de que ‘quisiera que fuera verdad tanta belleza’, tomo ‘con pinzas’ los anuncios del presidente Vladimir Putin, proclamando con ‘bombos y platillos’ que les ganaron a Estados Unidos y todo occidente, la carrera científica para encontrar la vacuna contra el nuevo coronavirus. Y para que le crean, puso a su hija como ‘conejillo de indias’ para que le inoculen la polémica inyección.

La comunidad científica, empezando por la Organización Mundial de la Salud (OMS) pone en tela de juicio sus anuncios de la vacuna ‘Sputnik V’ y tantas celebraciones con buen vodka. Recibo correos de mis jóvenes lectores. ‘Búho háblanos más de Putin, de dónde salió ese tío, es tan super star como se pinta?’.

El presidente ruso nació en el seno de una familia humilde en 1952, en la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, en la entonces gran ciudad de Leningrado, hoy San Petersburgo. Chancón, ambicioso, se recibió de abogado y luego fue reclutado por la todopoderosa KGB, la agencia de espías, y lo mandaron a Alemania Oriental, donde se desarrollaba una truculenta y soterrada guerra entre los servicios secretos occidentales CIA, M16 inglés, los comunistas KGB y la Stasi alemana.

En Dresde, se desmoronaba el régimen comunista oriental y las revueltas arrasaron con los agentes de la KGB, siendo asesinados la mayoría de sus colegas, y Putin se salvó huyendo astutamente, pero aprendió la lección y adoptó una filosofía: ‘los agentes secretos también deben tener el control político’.

Con ese rollo llegó a Moscú a trabajar en la política, aprovechando la ‘Perestroika’, pero siempre con perfil bajo con un ejército de antiguos agentes de la KGB leales, que sirvieron primero a un presidente inepto y con graves problemas de alcoholismo, Boris Yeltsin, quien creyó que utilizaba a Putin y lo nombró director del Servicio Federal de Seguridad.

Y luego, cuando los chechenos reclamaron su independencia por las buenas y con terrorismo por las malas, un jaqueado Yeltsin lo tuvo que ascender a Primer Ministro y allí el país vio quién mandaba en Rusia. Encabezó ‘la segunda guerra chechena’ que acabó a sangre y fuego con los independentistas y lo volvió un político popular y temido.

Ese año 1999, Yeltsin era como un fantasma que penaba en el Kremlin, solo y con su botella de vodka. En Año Nuevo, ebrio de alcohol, frustración y debilidad, se vio obligado a dimitir y, como mandaba la Constitución, le entregó a Vladimir Putin la banda presidencial. Al igual que el personaje de ficción de la gran serie ‘House of Cards’, Frank Underwood, Putin llegaba a la cima del poder sin necesitad de postularse en elecciones democráticas. Al año siguiente, ya con todo preparado, ganó las elecciones con el 52% de los votos. Se iniciaba ‘la era Putin’ para reconstruir la nación, claro, a sangre y fuego, con implacable fiereza. Logró reactivar la economía, dándole golpes mortales a los llamados ‘oligarcas’ y al rey ruso del petróleo, Mijail Jodorkovski, el hombre más rico del país, a quien acusó de malversación, estafa y lo condenó a ocho años de prisión. Esas posturas le dieron réditos como un ‘nacionalista’ defensor de las riquezas naturales. Vladimir resume, según analistas, la premisa ‘no hay mejor socio para el Estado que el Estado mismo’. Así reconstruyó la economía en base a la bonanza del petróleo. Además, logró, contra todo pronóstico, que su país sea sede del Mundial de Fútbol en el 2018.

Pese a que odia hablar de su vida privada, solo se sabe que es divorciado y se muestra con sus dos hijas. Paradójicamente, le gusta que lo fotografíen y filmen realizando deportes de aventura, como montar caballos de carrera con el torso desnudo. Compite en campeonatos de judo, es cinturón negro, y es declaradamente antigay.

Promovió -y aprobó-una ley para prohibir ‘la apología a la homosexualidad en los medios de comunicación’. Inclusive, cuando el director norteamericano Oliver Stone le preguntó en un reportaje si estando sumergido en un submarino, ¿entraría a las duchas donde se bañaba un gay?, Putin respondió ¡nunca! ‘Para qué voy a provocarles, si yo soy cinturón negro de judo’, respondió disgustado.

Apago el televisor.

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