Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó al restaurante por su estofado de pollo, aguadito y, para tomar, limonada fría. “María, ya faltan pocas horas para la llegada de la Navidad, una fecha que la locura comercial y la vida agitada que llevamos han ido desdibujando hasta convertirla en un frenesí de regalos, fiestas, campamentos y borracheras. Solo para recordarles: festejamos el nacimiento de Jesús, el hijo de Dios, quien llegó al mundo en un pesebre de Belén hace más de dos mil años. El desarrollo económico experimentado por el Perú desde hace treinta años, que inyectó mejor poder adquisitivo a la gente y nos puso en el mundo globalizado, cambió un poco los parámetros de la fiesta. Ciertamente se ha vuelto cada vez menos familiar. Los padres ya no saben qué regalar a los niños con tanta (y cara) tecnología. Los de mi generación nos conformábamos con una pelota de plástico, los soldados de un sol la bolsa o ropita nueva comprada en Gamarra o el mercado del barrio. Incluso, armar el nacimiento o el árbol de Navidad era todo un acontecimiento familiar, donde intervenían la abuelita, papá, mamá, hermanos y hasta los vecinos.

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En mi época no se vendían así nomás los árboles navideños. Uno mismo los armaba con palos de escoba, alambres y papel lustre. Y qué bonitos quedaban. Los adornos también se hacían a mano y no importaba si no tenían luces. Con el nacimiento, igual. Media sala de mi casa era usada para desparramar los papeles arrugados con los que mi mamá construía un valle judío, el pesebre de Jesús y hasta puentes y ríos le hacía. La Virgen María, san José, los Reyes Magos, pastores y animalitos eran herencia o regalos de amigos o vecinos, en las populares ‘bajadas de reyes’. Mi niñez fue cálida y hermosa, a pesar de las carencias. Aún permanece en mis recuerdos el aroma a rico chocolate que salía de la cocina en Nochebuena. O el pollo horneado que bien rico preparaba mi abuelita. Y cuando llegaban las 12 de la noche todos nos plegábamos en fuertes abrazos y nos deseábamos, con sinceridad, feliz Navidad. Mi mamá incluso salía a la calle para saludar a sus vecinas, mientras los chicos se juntaban con los amigos para reventar sartas de cuetecillos y una que otra bombarda. Y de allí a la cena después del brindis de rigor. Son momentos que permanecerán imperecederos en mi memoria. Esos recuerdos vuelven a mi memoria cuando veo a miles de gentes apretujadas en Mesa Redonda o Gamarra, tratando de comprar el regalo más bonito o la ropa más a la moda”. Mi amigo Gary me hizo también recordar mi niñez. Me voy, cuídense.

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