El Chato Matta llegó al restaurante por su rica chuleta de cordero con puré de papa amarilla, arrocito graneado y agua de cebada heladita. “María, la semana pasada te hablaba de mi inolvidable enamoradita de toda la vida, Anita.

Justo este mes habría cumplido un año más de vida, pero falleció el año pasado. Recuerdo que a pesar de que ya no estábamos juntos y ambos fracasamos en nuestros respectivos matrimonios, me jalaba las orejas: ‘Chatito, deja de estar tomando, te vas a morir joven y tienes hijos en el colegio’. Ella me hacía pedir limonada frozen y también me aconsejaba. ‘No sé cómo puedes seguir siendo amigo de . Ese gordo sinvergüenza siempre fue una pésima influencia para ti’. Tenía razón. Cuando estaba en mis mejores momentos con Anita, Pancholón se presentaba como el diablo Mefistófeles: ‘Chato, esa flaca es muy celosa, no vas a vivir tranquilo. Hay unas trampitas buenazas en Jesús María, Aracelli te está esperando’. Anita era tranquila, de su casa. Todos los días me leía algunos poemas de amor de su librito que compró en el Parque Universitario: ‘Chato, el verdadero amor hace milagros, porque él mismo es ya el mayor milagro. Eso lo escribió el poeta Amado Nervo’. Era una chica romántica, tan distinta a las mujeres que me presentaba Pancholón que solo querían tomar licor, ir a discotecas y sacarles plata a los giles como el doctor Chotillo, que en ese entonces estudiaba para médico.

También se me aparecía la ‘Loca Elizabeth’, que estaba obsesionada conmigo y me acosaba. Se interponía entre Anita y yo con sus mentiras. ‘Chato, devuélveme los cincuenta soles que te di la otra noche’. Y se daba media vuelta y me dejaba en una bronca con mi flaca. ‘¡¡Para qué le pediste plata a esa bruja!!’, me recriminaba y la ‘Loca’ le mandaba anónimos. ‘El Chato está con Yesenia en un bar del jirón Cañete, están chapando’. Anita iba con su incondicional ‘Negra’ Betty volando en plena lluvia y desafiando barrios maleados y no encontraba a nadie. A veces nos íbamos a una playa solitaria del sur, un lunes, y nos comíamos un cebichito de corvina fresquecita donde Román ‘El Pescador’, en El Silencio. Seguramente si me hubiese casado con Anita no estaría separado y ya tendría mi flota de taxis. Me dejé llevar por los malos consejos de Pancholón, que ahora está mal de la próstata a causa de tantas amanecidas. Se fue como ‘la señora joven’ que era. Por eso, cuando sube a mi carro una parejita joven y se ven bien enamorados, los ‘escueleo’: ‘Chicos, ámense hasta la locura y respétense’. Ellos me miran extrañados. ‘No me hagan caso. Solo recuerden una frase que me enseñó una mujer muy importante en mi vida: Lo único que me duele de morir es que no sea de amor, del gran Gabriel García Márquez’”. Pucha, ese Chatito estaba muy romántico recordando a su Anita, que ya está en el cielo. Él no es como ese cochino de Pancholón. Me voy, cuídense.

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