El Chato Matta, pese a todos los problemas que vivimos, nunca pierde la chispa.

“María, en esta cuarentena muchas personas ingresan al túnel del tiempo y publican fotos o escriben mensajes a antiguos amigos o enamorados. La otra noche recibí un correo que me dejó impresionado. ‘Chato sé que te sorprenderé. Soy Elsita, la chiquilla a la que le cantabas esa famosa cumbia de Enrique Delgado: Esos tus ojitos/ me han embelesado/ Tu dulce mirada/ me tiene hipnotizado/ Elsa Elsa/ Yo te juro que te quiero/ Que sin ti yo moriría/ Si me faltara tu amor.... ¡¡¡Elsita!!!, cómo la iba a olvidar, si era la hija de la cajamarquina, la del restaurante de mi trabajo. Ella estudiaba en la universidad, yo estaba casado y pasaba una crisis matrimonial y en eso apareció una tarde llevándonos la bandeja del menú. Todos los de la chamba nos quedamos mirando su lindo rostro, pero sobre todo sus hermosas piernas. El zambo Beto quiso apantallarla con su carrazo, pero ella lo arrochó. ‘No tienes tema de conversación, solo hablas de plata’.

Claro, la chica era universitaria y la veía con libros de literatura. Una vez la encontré leyendo ‘La dama de las camelias’. Esa tarde me fui al jirón Quilca y en la librería de Pedro Monse me compré el libro de Alejandro Dumas hijo. Era una historia romántica y la heroína era una ‘cortesana’ de lujo, una prostituta bellísima. Margarita Gautier era la más bella y deseada. Pero despreció a un duque que le ofrecía todo por enamorarse de un joven estudiante, Armando, y lo perdió todo.

No le dije a Elsita que había leído el libro. Pero una vez, como jugando, solté un comentario delante de ella: ‘Me hubiese gustado vivir en la Francia de los reyes. Para conocer a mujeres como Margarita Gautier’. Elsita abrió sus bellos ojos. ¡¡Yo quisiera ser como Margarita Gautier!! Y le dije al oído: ‘Yo te amaría como la amó Armando Duval’. Más tarde me llamó a mi anexo: ‘Chato, perdón, Armando. ¿Qué esperas para invitarme a salir? Cuando salimos ese fin de semana no necesité decir nada, de frente nos besamos apasionadamente. Ella sabía que era casado.

Al principio vivíamos una relación como de dos chibolos enamorados y me invitaba a las verbenas de su universidad, a conciertos de Miki Gonzales, Río, Los Mojarras. Ella se estaba obsesionando conmigo. Y llegó un momento en que me exigía que abandone mi casa y me vaya a vivir a un departamento con ella. Pucha, María, se estaba loqueando. ‘Elsita, no malogres tu vida, hay muchachos solteros que se mueren por ti, yo soy papel quemado’. Pero ella insistía. Yo hasta tenía miedo de tener relaciones porque podía quedar embarazada. Por eso tuve que actuar con crueldad.

Era 31 de diciembre y en la mañana le compré su minifalda y zapatos para la fiesta en el Big Bar de La Marina. ‘Nos encontramos en la puerta a las diez’, le dije. Pero era mentira, nunca iba a llegar, la dejé plantada para que me odiara y me sacara de su vida. La próxima semana les sigo contando”. Pucha, que tales historias las del Chatito, a veces se parece al cochino y sinvergüenza de Pancholón. Me voy, cuídense.

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