Mis colegas reporteros de policiales llegan a la redacción con noticias cada vez más escalofriantes, las cifras de inseguridad se disparan cada día más.
Mis colegas reporteros de policiales llegan a la redacción con noticias cada vez más escalofriantes, las cifras de inseguridad se disparan cada día más.

Este Búho no deja de caminar esta gran ciudad. Conversar con los ambulantes, con los taxistas, con los jóvenes estudiantes, con las mamitas en los mercados y los pequeños emprendedores me da una radiografía más real de lo que está sucediendo en esta parte del país. Recorro la capital de punta a punta. En combis, en Metropolitano, en tren, en mototaxi. Me voy desde San Juan de Lurigancho hasta Villa El Salvador. Desde Comas hasta Lurín.

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Nadie puede negar que son tiempos aciagos y violentos para el Perú. Mis colegas reporteros de policiales llegan a la redacción con noticias cada vez más escalofriantes, las cifras de inseguridad se disparan cada día más. Mientras el hijo del presidente disfruta del concierto de Bad Bunny protegido por dos guardaespaldas, los muchachitos de los barrios caminan al acecho de ‘raqueteros’ que por un celular son capaces de matarlos. Nadie puede negar esta realidad, ni el más acérrimo defensor del gobierno de Pedro Castillo. La criminalidad campea a sus anchas.

Las 72 horas que el profesor dio a los delincuentes extranjeros para que salgan del país no fue más que -como todo lo que propone- demagogia barata, una propuesta vacía. “Cuando llego del trabajo, a las 9 o 10 de la noche, lo primero que hago es esconder mi celular. En esta zona si no te cogotean entre tres o cuatro, te apuntan con una pistola y pierdes, eso es de todos los días”, me cuenta un jovencito de Villa María del Triunfo. Hoy ya no se salvan ni ídolos como el futbolista Christian Cueva. Hace poco detonaron un explosivo en la casa de sus padres, en Trujillo. Si el volante más querido de nuestra selección sufre este atentado, ¿se imaginan lo que padecen nuestros pequeños empresarios? Así como en Lima, los negocios de las grandes ciudades del norte sufren de este cáncer, que cada día se vuelve más sanguinario.

No parece haber una respuesta contundente desde el gobierno. No existe una solución integral para aplacar este mal, ¿por qué? Porque nuestras instituciones se plagan cada vez más de incompetentes, de personajes que no tienen más méritos que ser amigos de un funcionario o tener un vínculo familiar con algún político. Se está normalizando el nepotismo, la elección a dedo. Un tipo de corrupción que termina por perjudicar directamente a la población, pues agravan la ineficiencia del aparato estatal. Así, estos tipejos, comechados, se llevan sueldos de 10 mil o 15 mil soles mensuales.

Otro tema son los desbarajustes en el Ministerio del Interior, con ascensos sospechosos y destituciones que tienen que ver más con la venganza política, como sucedió con el coronel Harvey Colchado. No somos ‘Ciudad Gótica’, pero Lima se le parece. Una ciudad sin freno, sin reglas, sin orden. En donde la delincuencia se ha desbordado y se le ha escapado de la mano a la autoridad. La prostitución vive a vista y paciencia de niños y mujeres, como pude ver en San Juan de Miraflores. En estas fechas, ya se denunció que mafias han lotizado pistas y veredas en Gamarra, y los empresarios reclaman que ninguna autoridad hace nada.

En los mercados de Comas los comerciantes sufren extorsiones de colombianos, quienes a punta de pistola los obligan a acceder a préstamos con intereses estratosféricos. Esto es Lima, pero es algo que sucede en todo el país. He terminado de escribir esta columna en un pequeño y acogedor café en el populoso distrito de San Juan de Lurigancho. Es un emprendimiento de jóvenes peruanos que está empezando a despuntar por la calidad de sus productos y la calidez de quienes lo dirigen. Ofrecen cafecito de Moyobamba, postres y piqueos salados. Es un negocio con cinco mesitas. Trabajan desde el lado formal. Pagan impuestos y contribuyen a la economía local.

A pesar de que le ponen todo el empeño posible, conversando con estos muchachos me cuentan que atienden a rejas cerradas, con miedo. “Nuestro negocio siempre está con las rejas cerradas por un tema de seguridad. Este es un distrito de gente muy luchadora y trabajadora, pero la delincuencia es muy alta. Así que es mejor prevenir”, me cuentan. Por ahora, nadie pone mano dura, nadie se enfoca realmente en acabar con este problema. El Ejecutivo está concentrado en pechar al Congreso, en maniobras innecesarias y conflictivas, como plantear una cuestión de confianza. Mientras tanto, entre tantas crisis, el pueblo seguirá padeciendo este riesgo de inseguridad, que se lleva vidas y obliga a cerrar negocios. Apago el televisor.

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