'El Flaco' Julio Ramón Ribeyro
'El Flaco' Julio Ramón Ribeyro

Este Búho observa con entusiasmo todas las celebraciones póstumas que se realizaron en honor a los 93 años del escritor Con el tiempo, su legión de lectores ha ido aumentando merecidamente. Incluso, existe el ‘Club Ribeyro’, que organiza conferencias, conversatorios, encuentros e intercambios de sus libros para fortalecer y divulgar el legado del cuentista.

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El último miércoles 31 de agosto, día en que nació en 1929, las redes sociales se inundaron con fotos, extractos de sus textos, anécdotas de quienes lo conocieron, elogios y semblanzas. Hasta la gigante Google le dedicó un ‘doodle’.

El ‘Flaco’ no solo es de esos escritores a quienes se admira, sino a quien se quiere. Pero no siempre fue así, solo pudo saborear su éxito los últimos años de vida, cuando se convirtió en casi una superestrella del rock.

Vivió gran parte de sus años en Francia, en donde conoció la miseria, al punto que -cuenta en su célebre relato ‘Solo para fumadores’- tuvo que satisfacer su vicio por el cigarro recogiendo colillas quemadas de los suelos.

Pero muy distinto a lo que se cree, siempre fue un hombre alegre, observador, un gran cantante de boleros y un enamoradizo que su propia esposa, Alida Cordero, condenaba.

“Es que Julio Ramón no ha tenido una amante, sino varias, y ya les he explicado que para él una amante era como su cigarrillo”, le contaría Alida al periodista y escritor Daniel Titinger en el libro ‘Un hombre flaco’ (Ed. Diego Portales).

Julio Ramón vivió la mejor etapa de su vida, según sus amigos, cuando decidió pasar sus últimos años en Lima solo, sin su esposa ni su hijo, que se quedaron en Francia. Y adquirió un departamento frente al mar en Barranco, dedicándose a gozar de la vida con sus compinches de toda la vida: Fernando Ampuero, Guillermo Niño de Guzmán, Balo Sánchez León y Alonso Cueto, entre otros.

Montaban bicicleta por el malecón, navegaban por el mar y, si el cuerpo aguantaba, hasta hacía vida nocturna yendo a salsódromos, al estadio y hasta tuvo una novia, Anita Chávez, quien lo recordó -en el mismo libro de Titinger- como “mi amor, mi pasión, mi contraseña”.

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SURF

Tanto influyó en él esa etapa final de su vida, que el último relato que escribió el maestro lo tituló ‘Surf’. Allí, de manera autobiográfica, cuenta la historia de Bernardo, un escritor que adquiere un departamento frente al mar barranquino.

En esos años, la ciudad vivía sumergida en la violencia de grupos terroristas, pero el protagonista prefería mirar con sus prismáticos la playa y los bañistas. El viejo escritor, entusiasmado por ese fervor de los tablistas, decidió desafiar el tiempo y practicar el surf. A su edad era hasta suicida y le daba vergüenza mezclarse con los jóvenes surfistas, así que un amigo le prestó su casita de playa en Punta Rocas y allí practicaba el surf en la noche, cuando los delfines descansaban cerca de la orilla.

Ese último relato seguía teniendo el ADN ribeyriano, en la lucha de Bernardo contra el fracaso, esa implacable espada que siempre atravesaba a todos los personajes de su vasta producción.

En ese cuento, terminado el 26 de julio de 1994, a pocos meses de su deceso, ocurrido el 4 de diciembre del mismo año, Bernardo -’alter ego’ de Julio Ramón- al final del relato y después de tanto batallar, por fin logra encontrar la ola perfecta que había buscado con tanta desesperación. Esta le dice: ‘Cógeme, yo soy la que esperabas, conmigo podrás realizar tus sueños’.

El cuento terminaba con el protagonista conducido por esa ola a los arrecifes, hacia la eternidad. Definitivamente, una narración que puso colofón a su vida, una existencia que injustamente no tuvo el brillo de las luces de neón y las fanfarrias de muchos de sus compañeros de generación, como Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Carlos Fuentes o Gabriel García Márquez, bendecidos con el ‘boom’ de la literatura latinoamericana.

Pese a ello, Julio Ramón siempre contó con una legión de seguidores a los que encandilaba con esos personajes alucinantes, que transitaban en chifladuras de pensar que podían mutar sus opacas existencias a las de un hombre triunfador.

LAS HISTORIAS DE JULIO RAMÓN RIBEYRO

Sus historias estaban pobladas de fracasados, arribistas, perdedores crónicos, personajes ridículos, que causaban hilaridad y carcajadas, como también conmiseración. El escritor no se hacía problemas para definir su filosofía.

‘La vida la concibo como algo completamente irracional, imprevisible, donde no hay lógica ni dirección u objetivos determinados, al menos no perceptibles para los humanos’. Pero no solo fue en el cuento donde el ‘Flaco’ destacó con brillantez, también en el relato íntimo, con la publicación de sus diarios ‘La tentación del fracaso I y II’.

Precisamente, en uno de ellos escribiría un día antes de su cumpleaños, en 1959: “Cuando era más joven me decía: ‘antes de cumplir los 30 años debo hacer algo importante’. Mañana los cumplo y no he realizado nada que valga la pena”. Entonces no imaginaba que se convertiría en un escritor de culto. Apago el televisor.

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