Por: Fernando 'Vocha' Dávila

El sigue. Los dos mejores del fútbol en la actualidad se regresan a casa envueltos en la nube del fracaso. Ahora, desde mi escritorio, observo cómo Messi y Cristiano caen en la batalla. Mi mente repasa lo que viví en Rusia.

En el barrio de Jimki, donde me hospedé cuando me tocó estar en Moscú, la gente es amable, te ayudaba a comunicarte y tenía la paciencia de esperar que ‘hable’ la aplicación del traductor instalado en el celular. Al costado, las cuadras estaban llenas de árboles y sin ‘guachimanes’. Parecía un bosque con casas modernas.

A un peruano como yo, le daba cierta sensación de que podía ser asaltado e inconscientemente, caminaba en alerta. Por la diferencia de horario con Lima -ocho horas más- terminábamos los envíos al diario cerca de la medianoche y preferíamos cenar después de culminar las labores.

Un jueves llegué a un restaurante que atendía las 24 horas. Cerca de la 1:30 de la mañana emprendí el regreso al hotel por una larga vereda con poca luz. A lo lejos, se veía una persona venir. Los autos ausentes y el tren anunciaba su paso. Una chica caminaba en sentido contrario. Era rubia, no superaba los 20 años, llevaba audífonos en los oídos y mandaba mensajes desde su smartphone.

La noche iba acompañada de un silencio casi absoluto. Ella -con vestido cortito- se ubicó a unos tres metros, levantó la mirada y soltó una ligera sonrisa con un “Hello” y siguió de frente. Nunca tuvo miedo de ser asaltada. Esa preocupación no estaba en su cerebro. En Rusia no te matan por un celular.

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