He vuelto a Arequipa porque desde el jueves hasta el domingo se realizará el ‘Hay Festival’, un evento que convoca a escritores, historiadores, ilustradores, periodistas, científicos y más personalidades del mundo académico
He vuelto a Arequipa porque desde el jueves hasta el domingo se realizará el ‘Hay Festival’, un evento que convoca a escritores, historiadores, ilustradores, periodistas, científicos y más personalidades del mundo académico

Este Búho aterriza en Arequipa. Me recibe una mañana de sol incandescente. Mientras ingreso a la ciudad, no dejo de sorprenderme con la majestuosidad del Misti, ese volcán que funge de guardián, de vigía, de protector de los arequipeños. Son las seis de la mañana, pero quema. Las montañas están secas de vegetación y de hielo.

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Mientras el taxista maneja por la avenida Aviación dice: “Somos una tierra bendecida. Somos orgullosos de nuestra cultura, de nuestra geografía, de nuestra gastronomía. ¿Qué le falta a este departamento? ¡Nada! Si hasta playas tenemos. Nosotros debemos ser la capital del Perú”. Ese amor incalculable por su terruño confunde a los extraños: algunos los llaman soberbios o creídos. Y hasta les han dedicado bromas: “Los arequipeños nacen a los siete meses, porque ni sus madres los aguantan”.

Le pido al taxista que me deje en el mercado San Camilo, en el corazón de la ciudad. Ambulantes, gente que va y viene, pistas congestionadas de taxis, oficinistas, serenos que caminan sin sentido. Me detengo y veo las portadas de los diarios: El Melgar está a punto de pasar a la final del torneo nacional. El fútbol también alimenta el ego de los arequipeños. Una mamita vende salteños, una especie de empanadas rellenas de papa, ají amarillo y demás hierbas.

La gente hace cola. Adentro, en el mercado, en el segundo piso, las ollas hierven. Para las seis de la mañana tiene que estar listo el caldo de cabeza de cordero, el adobo, el costillar, el rocoto relleno, el solterito de queso. Ocupar un espacio es casi imposible. “Es que aquí todo es riquísimo”, me dice una cocinera sin signos de humildad. Me sirve una contundente patasca y le echa encima hierbabuena picadita.

He venido tantas veces a Arequipa, pero no recuerdo haber ingresado alguna vez a su catedral. Y hoy sus portones están abiertos. Construida con sillar en su totalidad. Adentro guarda estatuas del Sagrado Corazón o de la Sagrada Familia. Un púlpito indescriptiblemente bello tallado en madera. Además, un órgano de viento, el que se considera uno de los más grandes de Latinoamérica. “Si usted viene los jueves a las cinco de la tarde, podrá oír el ensayo del tecladista”, me dice el guardián.

Son días de fiesta a las faldas del Misti. He vuelto a Arequipa porque desde el jueves hasta el domingo se realizará el ‘Hay Festival’, un evento que convoca a escritores, historiadores, ilustradores, periodistas, científicos y más personalidades del mundo académico para debatir sobre la actualidad cultural, política y social. Este festival marcó un precedente hace ocho años, cuando se realizó por primera vez. Nunca antes un evento de tal envergadura había tomado una ciudad que no fuera Lima.

Tuvo que ver en algo nuestro premio Nobel Mario Vargas Llosa, quien sugirió a los organizadores del ‘Hay’ llevar este festival a su tierra natal. Desde entonces y hasta ahora, excepto por dos años que se realizó de manera virtual, cada noviembre Arequipa recibe a destacados e importantes personajes que durante varios días debaten, polemizan y desmenuzan diversos temas como el racismo, la emergencia climática, la política, la poesía y más. Esto ha generado una dinámica económica que impacta en la ciudad.

Cada vez son más los turistas que llegan exclusivamente para este evento, me cuenta la directora internacional del festival, Cristina Fuentes. Gracias a estrategias e iniciativas privadas, se está descentralizando la cultura. Según el reporte del clima, un calor intenso acompañará estos días de debates, nada que no pueda solucionar un quesito helado, una Kola escocesa, una chicha de jora o una frutillada. Apago el televisor.

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